“el único criterio que resiste el desgaste del tiempo para definir a la izquierda es la igualdad”
Norberto Bobbio
La desigualdad, que se manifestaba de forma dramáticamente entre los países ricos y los países pobres, entre el primer mundo y el tercer mundo, entre occidente (Europa y Estados Unidos) y el resto del planeta, se ha aminorado estadísticamente gracias a la aparición de los países emergentes dentro del citado, sin mucho rigor, tercer mundo. Pero la desigualdad se ha trasladado a occidente, a los países ricos, como una de las grandes amenazas para su cultura, su cohesión social y su propia riqueza. Como escribe Josep Ramoneda (El País, 29-06-14), “la desigualdad es enormemente cara para un país, no solo porque cuesta dinero, sino porque destruye las bases de la convivencia: el respeto y el reconocimiento mutuo”.
Ciñéndonos a Europa, la desigualdad, la fractura entre pobres y ricos, se hace cada día más ancha y profunda. El equilibrio alcanzado en las “tres décadas gloriosas” del siglo pasado (1945-1975) empezó a romperse en los años setenta y ochenta, quebrándose dramáticamente con la crisis del 2007, inspirada, propiciada y pilotada por los neoconservadores que han conseguido imponer su pensamiento único y sus políticas económicas: un capitalismo salvaje y el imperio de los mercados globales y desregulados. La desigualdad es la gran amenaza a una cultura socialdemócrata y progresista que, con sus insuficiencias y matices según los países, empezaba a consolidarse como un patrimonio de la cultura política europea.
La desigualdad no es solo la consecuencia del capitalismo, sino que es una condición necesaria para su existencia, permanencia y hegemonía, como bien señalaba John Maynard Keynes en 1919 (“Consecuencias económicas de la paz”) cuando afirmaba: “la desigualdad de la distribución de la riqueza era la que de hecho hacía posible aquellas vastas acumulaciones de riqueza fija y de aumento de capital que distinguía esta época entre todas las demás. Aquí descansa, en realidad, la justificación fundamental del sistema capitalista. Las inmensas acumulaciones de capital fijo (…) que se constituyeron durante el medio siglo anterior a la guerra, no hubieran podido nunca llegar a formarse en una sociedad en la que la riqueza se hubiera repartido equitativamente”. Sentencia groseramente proclamada por Ronald Reagan en las elecciones de 1980 cuando dijo: “La economía de EEUU no funciona porque los ricos no son suficientemente ricos y los pobres no son suficientemente pobres”.
La desigualdad y con ella el miedo y el rechazo al otro, está presente en el pensamiento de importantes sociólogos, historiadores, economistas… como Zygmunt Bauman, Ulrich Beck, Joseph Stiglitz y el más novedoso Piketty, para quienes la desigualdad constituye una de las amenazas más graves para los países desarrollados.
Pero la desigualdad cobra un perfil propio, se manifiesta de forma más próxima y visible, cuando afecta a la ciudad, a la metrópolis contemporánea. Así lo pone en evidencia un gran urbanista, un fino lector de la ciudad y el territorio como es Bernando Secchi en su último libro, “La città dei ricchi e la città dei poveri” (Editori Laterza, 2014). Para Secchi la desigualdad constituye la “nueva cuestión urbana”, que condicionará tanto la lectura y la explicación de la ciudad presente como su proyecto hacia el futuro. La desigualdad social que da lugar a formas evidentes de injusticia espacial. Desigualdad que conlleva la diferencia entre grupos sociales y la exclusión de los más desfavorecidos, configurando una ciudad de guetos, de comunidades cerradas (gated communities), un territorio como un puzle de ciudadelas defensivas en las que los más ricos se amurallan y protegen, alejando a la periferia a los pobres o, para ser más exactos políticamente, como dice Ada Colau, a los empobrecidospor las políticas económicas impuestas por nuestros gobernantes nacionales y europeos. Diferencia y exclusión que reflejan el miedo al otro, al distinto por sus hábitos, por su cultura, por su origen o su religión.
Pero no solo son los barrios selectos residenciales, las comunidades cerradas y exclusivas con policía propia, empleos y modos de divertirse semejantes, los que se amurallan, también son los parques temáticos, las ciudades de las finanzas, las ciudades de la cultura, las universidades privadas… los que generan espacios segregados y defendidos por muros físicos o virtuales. Guetos que pueden producirse en el corazón de la ciudad histórica, transformado en campo de negocio inmobiliario para los grandes capitales financieros en un continuado proceso de gentrificación. Tomemos como ejemplo los BID (Business Improvement District) nacidos en Canadá, adoptados por los Estados Unidos y acogidos ahora y con entusiasmo en España, como lo demuestra el Proyecto no de Ley del PP que pretende regular e impulsar la implantación en nuestras ciudades de “áreas comerciales urbanas”, a las que se les otorgarían beneficios fiscales como “una bonificación de hasta el 95% de la cuota íntegra del impuesto a favor de los inmuebles vinculados a estas entidades” (El País, 02/07/14), creando con ello barrios de primera o “barrios premium” diferenciados del resto del tejido comercial de la ciudad. Proyecto benévolamente acogido y secundado por el PSOE, incluso con ardor digno de mejor causa.
En definitiva, es la negación de la ciudad como espacio común, múltiple, mezclado, tolerante y enriquecido por la convivencia de una gran diversidad de actividades y ciudadanos. Características que han configurado la ciudad como un espacio de libertad y solidaridad.
Frente a esta gran amenaza, que puede destruir una de las grandes conquistas de la humanidad ─la ciudad─, Secchi defiende la porosidad, la permeabilidad y la conectividad como mecanismos de defensa y objetivo de un proyecto urbano capaz de renovar el derecho a la ciudad proclamado por H. Lefebvre y renovado por D. Harvey como derecho a la vida urbana. Defensa y conquista de la ciudad como espacio colectivo que exige continuadas batallas de resistencia en cada trozo de la misma. Una lucha por la ciudad que es al tiempo una lucha contra el sistema inmobiliario capitalista que contempla la ciudad como campo de negocio y no como ámbito de convivencia. Un capitalismo que ya no se conforma, que ya no considera rentable la pura urbanización de territorios más o menos vírgenes, sino que descubre en la ciudad ya construida el terreno más fértil y productivo de donde extraer rentas mediante la inversión de sus excedentes para, de ese modo, multiplicar por mil sus ganancias. La ciudad de los hoteles y los comercios, la ciudad del turismo banal y el shopping, es el triste paisaje que nos proponen las políticas neoconservadoras tan presentes y potentes en nuestras ciudades.
Pero este triste horizonte no está predeterminado. Cabe todavía oponerle un proyecto para construir un nuevo espacio, ciudad y territorio, más culto, más solidario y más bello, si juntos en una amplia y plural manifestación nos comprometemos día a día con palabras y acción reivindicativa en la calle para denunciar y oponernos a la injusticia social a la que conduce la ciudad capitalista. La revolución anticapitalista será urbana o no será.
Eduardo Mangada
2 de julio de 2014