El pasado 16 de marzo nuestro socio Julio Rodríguez López publicó en el blog Mercado y Política de Vivienda el siguiente artículo, que reproducimos aquí por su interés.
De la ciudad compacta a la ciudad difusa
La prolongada crisis económica del periodo 2008-2013, con su secuela de recesión, de destrucción de empleos, de reducción de las prestaciones sociales y de envilecimiento de las condiciones laborales no ha dejado de influir a las ciudades. Cuanto más prolongada es una crisis mayor es su incidencia sobre el tejido urbano.
”La ciudad, imaginada desde siempre como un espacio de integración social y cultural, se ha convertido, en las últimas décadas del siglo XX, en una potente máquina de suspensión de derechos de los individuos y de la colectividad. Esta política […] ha requerido una ideología y una retórica: la ideología del mercado y la retórica de la seguridad” (Bernardo Secchi, La ciudad de los ricos y la ciudad de los pobres”, Los Libros de la Catarata, 2015).
Desde tiempos remotos el miedo a los pobres y el deseo de distinción de los poderosos llevó a establecer barreras, más o menos visibles, dentro de las ciudades. De América llegaron a Europa las “gated communities”, las ciudades cerradas. Fuera de tales enclaves están los barrios marginados, que acumulan problemas allí donde el desempleo es masivo y el urbanismo inhumano.
Manuel Valls, primer ministro de Francia, ha hablado recientemente de la relegación en la periferia urbana y en los guetos de la miseria social, a la que se suman las discriminaciones cotidianas adicionales. La fractura urbana consolida compartimentos estancos, sin las necesarias “zonas grises” que aseguran el carácter mixto de la ciudad como espacio de convivencia y de encuentro con el otro (Rafael Jorba, “La ciudad cercana”, La Vanguardia, 7.3.2015).
La “ciudad difusa” es una creación de la segunda mitad del siglo veinte y responde plenamente al modelo económico neoliberal. El “nuevo urbanismo”, el de referencia, nació en Estados Unidos en los años ochenta, cargado de criterios populistas válidos para las clases medias altas. Tales ciudades aisladas cumplen los requisitos de seguridad y de calidad medioambiental. El creciente desmantelamiento del estado bienestar conduce a una ciudad dispersa, esto es, a una ciudad individualizada.
El urbanismo europeo se ha visto invadido por las aportaciones procedentes de Estados Unidos y América Latina, con su secuela de dispersión y de individualismo. En la ciudad difusa, esta se disuelve en una zona urbanizada, sin formas y sin límites. Los agentes involucrados, como promotores inmobiliarios, grupos profesionales y bancos, han asumido y desarrollado tales ideas. Pero sobre todo la asumen los políticos locales que, junto con los promotores, hacen la nueva ciudad, con escasa o negativa aportación cualitativa de las administraciones publicas de ámbito superior en el caso de España.
Un ejemplo destaca al noroeste de la periferia de Madrid. Entre las cuatro ciudades de Pozuelo, Majadahonda, Las Rozas y Boadilla, que suman 300.000 habitantes, “se ha implantado un modelo anglosajón por impulso de los promotores. Ellos han diseñado estas ciudades. A su alrededor han crecido centros comerciales que no favorecen la vida colectiva. El urbanismo ha sido la clave. El que va a vivir ahí tiene una infraestructura privada y vive del coche. La vida asociativa es escasa, pero no falta un coro rociero. En los límites de Pozuelo está la entrada de La Finca, un lugar exclusivo para 70 vecinos. Dentro hay solo un camino adoquinado bordeado de plantas y árboles. Es un homenaje al individualismo” (Luis Gómez, El paraíso terrenal del PP, El País, 8.3.2015).
A este urbanismo hay que oponer y enfrentar un modelo que recupere la ciudad como lugar de encuentro. La nueva ciudad difusa no refleja precisamente valores democráticos. Se construye de manera constante, al margen de las previsiones demográficas y de la evolución de los precios de la vivienda. Los políticos locales encuentran el ideal en la promoción y en la urbanización indefinida. Las empresas de cierta dimensión, sobre todo las industriales, deben de irse lejos y no perturbar el continuo ambiente urbano.
La política de aumento de los equipamientos públicos, de recuperación de los barrios deprimidos, de desarrollo de parques de viviendas de alquiler social, puede suponer una alternativa y un impulso a la economía, vía recuperación de la demanda. Dicha inversión pública no solo favorece el crecimiento, sino que puede contribuir a redemocratizar la ciudad. En 1937 el presidente Roosevelt consideró las ciudades como un gran recurso para la recuperación de la economía, llegando a propugnar un gran plan de equipamientos públicos.
Por otra parte, no deberían perderse las economías de la distribución que existen en España. ”La competencia por el espacio y la inversión condena a la expulsión de los pequeños negocios. La economía de distribución se pierde cuando la gran banca, que emplea su liquidez para especular, captura el 70% del consumo” (Sassia Sasken, Entrevista, Alternativas Económicas, nº 23, Marzo 2015). La empresa no debe de aislarse de la ciudad.,