El pasado 27 de noviembre se publicó en el diario digital Nueva Tribuna el artículo “Chamartín. Un cortijo para el BBVA” de nuestro socio Eduardo Mangada, que reproducimos a continuación por su interés:
Tras la celebración de una mesa de trabajo constituida por agentes sociales y expertos, convocada por el concejal de Desarrollo Urbano Sostenible, José Manuel Calvo, para analizar, discutir y reorientar la Operación Chamartín, el director de la promotora Distrito Castellana Norte, Antonio Béjar, ha advertido que el tiempo se acaba para llegar a una solución definitiva porque “al final, nosotros somos un inversor, y puede llegar un día en que nos agotemos y entonces no habrá plan” (El Mundo, La Razón, Expansión y otros diarios del 23 de noviembre)
Esta declaración es la definición más exacta y transparente de cuál es el contenido y la finalidad última de la otrora llamada Operación Chamartín: conseguir un trozo de ciudad acotado, santificado por las administraciones públicas y entregado a un grupo inversor capitaneado por el BBVA para rentabilizar unos fondos a lo largo de un periodo de veinte años.
Son inversores. No son ni promotores inmobiliarios ni constructores. Por lo tanto, dejemos de hablar de un proyecto inmobiliario vinculado a la urbanización y construcción de infraestructuras y edificios en esta enorme y estratégica zona de Madrid rebautizada como Distrito Castellana Norte. Démosle un nombre más exacto: Cortijo BBVA.
Y más grave aún. Se trata del negocio de un banco privado que pretende contar con el respaldo político, técnico y económico de las administraciones públicas implicadas en este negocio tal como figuraba en el Convenio Urbanístico suscrito el 22 de enero de 2015 por Ana Botella como alcaldesa de Madrid; Ignacio González como presidente de la CAM; Gonzalo Ferre, presidente de ADIF; Pablo Vázquez, presidente de RENFE Operadora; Salvador Victoria, presidente del Canal de Isabel II Gestión; y Antonio Béjar, presidente y delegado de DUCH (Desarrollo Urbanístico Chamartín SA).
Esta es la realidad descarnada de este lamentable asunto que sigue ocupando tiempo y papel en la prensa y en los debates, cuando debía estar muerto y enterrado.
En una ciudad democráticamente gobernada no es pensable que un trozo de ciudad con una extensión de más de tres millones de metros cuadrados, situado en un lugar estratégico, se acote y se entregue a un especulador financiero blindando su negocio con la bendición e implicación de los poderes públicos.
Esta enorme cuña que penetra por el norte de Madrid a lado y lado de las instalaciones ferroviarias requiere sin duda un proyecto, un destino que venga a enriquecer la ciudad en su conjunto y, prioritariamente, a compensar las carencias y aspiraciones de los distritos, antiguos y nuevos, de su entorno.
Un proyecto urbanístico liderado por el Ayuntamiento en el que se deslinden claramente los terrenos que no son necesarios para el funcionamiento del ferrocarril como sistema de transporte regional y nacional. La estación de Chamartín y sus instalaciones anejas constituyen hoy un nodo importante en la red de ferrocarriles a escala nacional y más allá de nuestras fronteras. Y seguirá constituyendo un elemento clave cara al futuro. Comencemos, pues, por redactar y aprobar un plan director que ordene el espacio ferroviario y garantice su operatividad en el futuro.
Conozcamos las necesidades y demandas de los vecinos de su entorno y ponderemos la capacidad de respuesta que los terrenos liberados o recuperados por la obsolescencia de las edificaciones y usos actuales tienen para cubrir dichas necesidades y responder satisfactoriamente a las demandas y aspiraciones ciudadanas.
Salvemos la barrera que el ferrocarril supone en la conexión este-oeste del norte de la ciudad y garanticemos una conexión eficaz y atractiva entre los distritos de Fuencarral y Ciudad Lineal, uniendo al mismo tiempo las áreas del distrito de Chamartín a lado y lado del haz ferroviario. Proyectemos nuevas infraestructuras (puentes y pasarelas) con un diseño culto y sensible al entorno urbano, con los costos más ajustados posibles y no despilfarremos dineros públicos e incluso privados en costosas losas y túneles. Nuevas conexiones que se extenderían más allá para conectar e integrar en la ciudad los nuevos barrios de Sanchinarro, Las Tablas y Montecarmelo.
Ayudemos con este nuevo desarrollo, sin necesidad de nombre comercial alguno, a minorar los graves problemas de tráfico que esta zona de Madrid soporta diariamente, evitando que venga a agudizarlos, como haría el Distrito Castellana Norte, de mantenerse la ordenación y las densidades físicas y funcionales previstas en el Plan Parcial, aún no aprobado definitivamente.
Apoyemos a los responsables municipales, políticos y técnicos, impulsándoles a redactar un nuevo Plan que tenga en cuenta un programa de infraestructuras, edificios residenciales y terciarios y, sobre todo, equipamientos sociales. Un programa formulado con la participación de las asociaciones vecinales, empresariales, sindicales y culturales al servicio de los ciudadanos de Madrid, próximos y lejanos.
Acabemos de una vez con este darle vueltas a un proyecto nacido contra natura y degradado día a día bajo el amparo de los políticos que han gobernado Madrid durante los últimos veinte años.
Aceptemos la amenaza de Antonio Béjar de que puede llegar un día en que se agoten y entonces no haya plan. Pues bien, ese día deberíamos fijarlo hoy. Y para bien de Madrid no habrá un plan al gusto de DUCH. Pero sí habrá un nuevo plan más culto urbanísticamente, más sensible a las demandas y expectativas de los madrileños y más acorde con la ideología progresista por la que hemos apostado, con nuestro voto, la mayoría de los ciudadanos.
Madrid se lo merece.