El pasado 23 de junio se publicó en el diario digital Nueva Tribuna el artículo “Desvelar lo oculto: mostrar a ‘los nadie’” de nuestro socio Jesús Gago, sobre la película documental «Edificio España», cuyo realizador Víctor Moreno ha sido merecedor en la Fiesta del Solsticio 2016 del Premio al Compromiso Urbano Individual. A continuación reproducimos dicho artículo por su interés y al final del mismo adjuntamos los enlaces a los vídeos promocionales a la película:
El Club de Debates Urbanos, como viene haciendo puntualmente desde su fundación hace ya más de 20 años, celebró el pasado miércoles su fiesta anual de solsticio de verano, procediendo en ella a la entrega de distinciones y premios: nombramiento de Socio de Honor, que en esta edición recayó en Francesco Indovina, urbanista y publicista italiano de muy reconocido y merecido prestigio; Premio al compromiso urbano individual y Premio al compromiso urbano colectivo. Este último fue otorgado a la Plataforma contra la privatización del Canal de Isabel II. Por su parte a Víctor Moreno, realizador de cine, se le concedió el Premio al compromiso urbano individual.
Hace ahora dos años asistí al estreno en la sala Mirador del documental “Edificio España” (“The Building”) realizado por Víctor Moreno, con montaje de Martin Eller y Nayra Sanz Fuentes.
Me llevó allí la curiosidad por lo proscrito. El Banco Santander, propietario por entonces del edificio, había condicionado la autorización del rodaje al permiso que habría de conseguirse, expresamente, antes de cualquier exhibición futura. Así los realizadores quedaron prisioneros de esa cláusula contractual que de hecho les impedía, a modo de censura, dar a conocer y estrenar su obra.
La denuncia que un medio digital- por entonces casi marginal (diario.es)- hizo de esa negativa a la libertad de expresión, no causó efecto alguno hasta que, casualmente, consiguió rebotar como “noticia” en El País. A partir de ahí se produjo el alzamiento del velo, el fin de la ocultación.
He tratado de rememorar ahora mis impresiones de entonces, tras hora y media de recibir una sucesión de imágenes impactantes.
Lo primero que me chocó, fue la más que modesta explicación que los autores dieron de su trabajo una vez terminada la proyección. En abierto contraste con ello, estaban los elogios de algunos asistentes a ese estreno que después intervinieron en el coloquio.
Tuve de inmediato la impresión de que los autores no eran conscientes del alcance de lo que habían “producido”, de lo extraordinario del documento, de la hazaña que suponía haberlo puesto en pie tras casi de 200 horas de rodaje dentro del edificio, durante un año entero, en una prolongada jornada laboral. No eran conscientes de la amplitud de su alegato .No lo eran, en suma, de la proeza que supone dar visibilidad a lo que de modo tan tenaz y efectivo el “sistema” oculta, para de ese modo negar hasta el derecho a la existencia de todo aquello que constituye una imputación de la estafa sobre la que dicho sistema se asienta; y de la mentira que incesantemente propaga.
Probablemente sin darse cuenta – al modo en que el burgués gentilhombre de Molière hacía prosa sin saberlo- estos jóvenes realizadores habían llevado a sus últimas consecuencias no ya el proyecto del “cinema veritè” o del “nouveau roman” (inaugurado con Le Voyeur de Alain Robbe Grillet) de los años 50-60 del siglo pasado, sino el mismísimo postulado de la novela-espejo, identificado como “método Stendhal“ a partir de la falsa atribución a éste último de la cita de un desconocido César Vichard de Saint-Réal1 («Una novela es como un espejo que se pasea a lo largo de un camino»); cita que con toda honestidad Stendhal colocó en un pie de página de su “El Rojo y el Negro”.
La película se sitúa en 2007, año en el que la burbuja inmobiliaria ha alcanzado su cenit, víspera de un estallido que, a pesar de ser ineluctable, se empeña en ocultar o negar una especie de conjura de mentira y estulta ceguera.
Son esos tiempos que hoy se nos quieren presentar como una era de abundancia y bienestar generalizados y que las imágenes de este documental se encargan de desmentir con elocuencia, mostrándonos precisamente su reverso, la cruda realidad de “la vida de los nadie”, atrapados durante un año entero en una especie de madriguera invisible.
Eso y mucho más es lo que muestra en su película el realizador que ha merecido este año el premio del Club al compromiso urbano, con una distinción que, pese a denominarse “individual”, justo es que se haga extensiva a todo el equipo que la hizo posible.
Destacable en ella es sin duda el contraste entre lo que se encarga de mostrar, es decir el trabajo sórdido- de demolición de un edificio con mano de obra semiesclava y tecnología preindustrial- y lo que en cambio otros están empeñados en presentar retrospectivamente con la falsa imagen de una opulencia generalizada y de un progreso incesante.
Presentarlo de esa forma, para ocultar así la realidad de una sociedad trastornada, con cientos de miles de futuras víctimas convocadas al festín especulativo para participar como cómplices de un enriquecimiento interminable que, en breve, se convertirá en ruina y sufrimiento; en ese fugaz trayecto de caída libre en la pirámide de Ponzi que condujo al desahucio desde el espejismo de la riqueza.
La demolición interior de un edificio –el de Plaza España-, esta vez como metáfora de la de ese mundo tambaleante en que todo parecía posible: desde crear de la nada barrios de 50 mil viviendas en un par de años, hasta sembrar el territorio de rotondas con estúpidas y pretenciosas esculturas en su centro.
Pero asimismo destacables son las historias que contiene.
Historias en las que, al igual que pretendiera el ‘cinema verité’, se invierten los términos tradicionales del hacer cinematográfico, generando relatos a partir de las imágenes, en vez de poner éstas al servicio de una narración previamente construida.
Historias de una gozosa Torre de Babel, con un sinfín de nacionalidades, lenguas y culturas diversas que no solo conviven, sino que durante un año han hecho del Edificio España su lugar de vida.
Historias descarnadas como la de ese antiguo morador sometido a un mobbing implacable.
Y, a propósito de ello, de nuevo el contraste entre la vida de los obreros-“derribistas” y al tiempo inquilinos circunstanciales -“los nadie”-; y la de extasiados adquirentes de las futuras viviendas a los que agentes de marketing inmobiliario pasean por el edificio en demolición para mostrarles, en maqueta, las excelencias de lo que les espera.
Vean la película. No se la pierdan.
“Ce n’est pas tant l’histoire des faits qu’on doit chercher, que l’histoire des hommes”.
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