20 AÑOS DEL CLUB

Una ciudad – pongamos que hablamos de Madrid – puede ir mal, incluso puede ir cada día peor, de un modo “geológico”, erosionándose lentamente, agrietándose de modo imperceptible, a través de una sucesión de fenómenos insignificantes en su “normalidad”, que impide a sus ciudadanos percibir esos cambios en su paisaje (y, por supuesto, no nos referimos sólo a su paisaje urbano, sino también a su paisaje moral, cultural o político…).

Hace ya dieciocho años, un grupo de arquitectos, relacionados con la ciudad, junto a otros profesionales, entendimos que debíamos afrontar esa situación, que no podíamos resignarnos a la indiferencia y el desánimo que iban extendiéndose en la hasta entonces pujante vida cultural y en las entidades ciudadanas que habían protagonizado la recuperación democrática madrileña. La motivación inmediata fue un acontecimiento catastrófico, que, por su propio estrépito, no sólo concitó la atención sobre él, sino que “iluminó” también el territorio al que surgía, en todas sus quiebras, sus desgastes, que hasta entonces no habíamos llegado a percibir en toda su extensión. Ese acontecimiento fue la llamada Reforma (perforada) de la Plaza de Oriente, propulsada por el Ayuntamiento en 1992.

Enseguida se nos hizo evidente que esa “operación urbana” no debía ser vista como el efecto de un capricho azaroso, sino como la resultante de la conjunción de dos de los factores determinantes del decaimiento de nuestra ciudad (y de nuestras ciudades): la incuria, la ineptitud y la carencia de ideas de los responsables municipales, y el desinterés, el desánimo, la carencia de compromiso de los ciudadanos. Ante ello, promovimos un movimiento de oposición en el que tratamos de unir el rigor técnico y cultural con la más amplia difusión ciudadana. En este último aspecto, a través de debates públicos, intervenciones en los medios de comunicación, actos universitarios, manifiestos… Y, en el primero, retando al Ayuntamiento en el propio campo que había elegido para ejecutar (nunca mejor empleado el término, en su connotación penal) la proyectada reforma: esto es, decidiendo particular en el Concurso que los gobernantes madrileños se vieron obligados a convocar para “maquillar” legalmente la subordinación municipal a las propuestas predeterminadas del arquitecto, autor de tan dispendiosa “ocurrencia” – Miguel de Oriol – sustentadas en la “claque” del ABC y otros medios afines. El libro que publicamos con esa ocasión, «La Plaza de Oriente: una batalla útil», así como el artículo que incluimos en el libro «Madrid: a, ante, bajo, cabe,..», ilustra suficientemente las mendaces excusas, los dañinos resultados – más allá del rédito de su “amabilidad escenográfica” y el desmedido coste de aquel catastrófico acontecimiento, así como la posibilidad – demostrada en nuestra propuesta – de resolver todos los problemas que aquejaban a aquel espacio, sin recurrir a violentas perforaciones, utilizando sólo medidas inteligentes y sosegadas, y de escaso coste.

Pero entendíamos que esa crítica limitada a nuestro mundo profesional era insuficiente; y que el auténtico reto era la constitución de “espacios de debate” abiertos a la participación de todos los ciudadanos, en la convicción de que cualquier problema urbano – por muy considerable que fuera su complejidad técnica – podía ser explicado y debatido colectivamente.

Así nació el Club de Debates Urbanos, constituido formalmente como Asociación de utilidad pública, con la intención – como se refleja en su acta fundacional – de “luchar contra el creciente desánimo que nos invadía”, y de promover todo tipo de iniciativas que pudieran contribuir a defender los intereses generales de los ciudadanos, y a mejorar la vida urbana. Después de esa primera iniciativa, hemos ido promoviendo, a lo largo de estos últimos dieciocho años, continuos debates y propuestas sobre los temas que nos parecían más acuciantes, por su propia naturaleza o por su carácter representativo de otros problemas más amplios.