MIGUEL ÁNGEL RUIZ-LARREA, IN MEMORIAM, por Fernando H. Corbacho

Miguel Ángel Ruiz-Larrea Martín-Sacristán, arquitecto y amigo del CDU, a cuyos debates asistió con frecuencia, falleció en Madrid el 30 de Agosto de 2021 como consecuencia del COVID. Desde el CDU le dedicamos nuestro sentido recuerdo.

El día 30 del pasado mes de agosto, fallecía, víctima del Covid, Miguel Ángel Ruiz-Larrea Martín-Sacristán. Si bien todo ocurrió de forma inopinada y repentina en tan solo 18 días, en las fechas próximas al desenlace final ya pude conocer su delicado estado de salud, y por entonces los médicos daban pocas o ninguna esperanza de su restablecimiento. Fueron días en los que todos esperábamos lo peor. Cuando supe de su muerte, yo me encontraba en una larga caminata en medio de la agostada estepa castellana, y enseguida, al conocer la noticia, alcé la mirada al largo horizonte y quise imaginarle allí conmigo, como un año antes lo estuvo por las tierras de Ávila en las que yo me encontraba, junto con su compañera Lourdes.

Imaginé su sonrisa dibujándose recortada en un cielo intensamente azul y pensé que, aunque habíamos hablado de vernos por allí, algo, una estúpida casualidad o la fatalidad del destino, nos había impedido, justo en ese momento, tomarnos una cerveza charlando de tantas cosas. Si hay veces que la fragilidad de la vida nos sorprende con su sinrazón, hay otras que se nos hace imposible creer que una vida, que hasta ayer latía plena y rebosante de esperanza y de proyectos, apague su voz para siempre.

Semanas después de ese hecho, casi como homenaje personal mío hacia Miguel, quise acercarme en solitario al pie del monumento a la Constitución democrática del 78, emplazado -para quien aún no lo sepa ni lo haya ido a visitar- entre el paseo de la Castellana y la calle José Gutiérrez Abascal, de Madrid; y allí, en un día radiante sol, sobre el rabioso verde de la pradera, en el que blanco se alzaba el cubo de ese monumento, rememoré el día en que supe que él había sido el autor de su cabal arquitectura. Porque ese es el primer Miguel Ángel que conocí: el Miguel arquitecto a cuyo oficio se dedicó profesionalmente durante más de 40 años, dejándonos varios edificios con su personal sello u otros como el edificio Singular en Pamplona (1976), en colaboración este con otros colegas suyos.

Durante ese paseo recordé también -y ahora ya no con pena, sino con la alegría que en ese momento me embargaba por haber tenido la suerte de conocerle- su otra pasión que fueron las Humanidades: Miguel no solo era un apasionado de la literatura, del cine, de la filología y de la música. Era también un infatigable coleccionista de libros, fue, además, autor de guiones cinematográficos; polémico, participó en tertulias y charlas literarias y, curioso e inquieto como siempre lo fue, dedicó el tiempo que pudo a la música, en especial a la guitarra.

Pero entre sus para mí extrañas aficiones se encontraba el deporte. Miguel se consideraba un corredor de fondo y le gustaba participar en carreras atléticas. Sentía especial orgullo de haber participado en la maratón de Madrid en varias ocasiones y de terminarla. Y aún yo recuerdo -ya no sé qué año fue aquél- con qué orgullo me contaba su duro y accidentado ascenso al Aneto, cuando ya había rebasado de muy largo la edad del sesentón.

Para quien no conociera mucho a Miguel Ángel, podría parecerle una persona algo difícil de trato y distante, pero en la distancia corta era un gran conversador, un afable amigo, un polémico y sano dialéctico debatiente de los temas más diversos, y una persona cargada de un gran sentido del humor. Fue también un buen arquitecto y un minucioso proyectista con el que, como aparejador, tuve el honor y la suerte de trabajar en más de una ocasión.

A Lourdes, su compañera y gran amiga mía, se le ha ido para siempre la mitad del aire con el que ella respiraba; a su diligente y cariñosa hija Ángela se le ha ido un padre que fue su firme e insustituible referente; y a mí, y a muchos más como a mí, se nos ha ido un hombre sencillo, un hombre honesto y respetuoso. Un buen hombre, un amigo.

Fernando H. Corbacho / Aparejador

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