Opinion: En el fango

En el fango

Eduardo Mangada

La simple visión, en prensa o televisión, de un seboso señorón sentado tras los cristales ahumados de un lujoso sedán, ante el cual rinden pleitesía (no sé si de rodillas o mullidos en el asiento de al lado) funcionarios madrileños y catalanes suplicantes de sus favores, del montaje de un gran prostíbulo y decenas de casinos en la católica España, produce tristeza o, peor aún, asco. Y no simples favores o dádivas, como si de un benefactor se tratase, sino de un chalaneo en el que a cambio de unas hispánicas Las Vegas le otorgamos licencias para modificar leyes, beneficios fiscales y obtener avales del Estado.
Geoge Grosz. Eclipse of the sun, 1926

Son muchas las razones que justifican la repulsa indignada a las pretensiones del señor Adelson y al servilismo de nuestros líderes políticos dispuestos a pedir uno y a conceder los otros, el relajamiento de todo un conjunto de leyes y normas de conducta que creíamos consolidados en un estado de derecho.
Las imágenes con que inicio estas líneas me remiten al más duro expresionismo alemán con los grabados de Grosz o Kirchner, o a nuestro más íntimo y no menos quirúrgico El Roto. Imágenes que desde la dureza del negro sobre el blanco denunciaban la podredumbre (al parecer todavía vigente) de un capitalismo en el
que cabían juntos en la misma calesa o limusina, la mitra y el báculo, el casco prusiano y el sable, el puro y el sombrero de copa.
Soy arquitecto, algo sé de urbanismo y mucho sobre la ciudad, y por ello me veo obligado a desmontar una gran trampa, un ridículo camuflaje de este atentado social y territorial. No nos engañemos. No es un problema de altura de los edificios o de servidumbres aéreas. Pueden existir torres bellas, desarrollos densos e incluso enclaves singulares en los que puedan superarse las “tres plantas y media” de doña Esperanza Aguirre.
Aquí y ahora se trata de la creación de un “espacio basura”, usando las palabras de R. Koolhaas, tanto por su contenido como por su localización fuera de cualquier modelo metropolitano, carente de la más mínima necesidades sociales. En definitiva, de un lodazal en el que algunos de nuestros políticos mejor vestidos están hozando para encontrar algún tubérculo medio podrido con que alimentar una ciudad y algún que otro personaje de la calaña de los Gürtel y compañía.
Y un poco de memoria. ¿Cuántos fracasos en operaciones de este tipo, aunque menos corrompidas, han fracasado en España, desde Tierra Mítica, la Ciudad del Quijote, la Warner, los Monegros, etc.? Y al final, afanados los primeros beneficios por los presuntos promotores, los costos sociales y medioambientales, amén de muchas de las infraestructuras necesarias para sostener estos desmadrados desarrollos han tenido que ser pagados por los dineros públicos, por los ciudadanos.
Una recomendación. Si tienen un poco de tiempo, lean aunque sea solo un capítulo de un reciente libro titulado “El triunfo de las ciudades” de Edward Glaeser: “como todas las ciudades exitosas de la actualidad, su fuerza reside en el capital humano” alimentado por la cultura, la ciudadanía y la democracia, y no por el número de parques temáticos que la envuelven.
Una última palabra de autoridad. Nuestro presidente Mariano Rajoy afirmaba ayer mismo que “no es momento de pabellones, autopistas, y aeropuertos”. Supongo que tampoco de Eurovegas.
Eduardo Mangada. Arquitecto. Madrid, 3 abril 2012.
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