La continuidad estética de la nueva alcaldía
Javier Gutiérrez García- Mosteiro
Una de las grandes bazas utilizadas por Ruiz Gallardón para acceder a la alcaldía de Madrid fue la de su diferente apariencia cultural respecto al anterior alcalde (éste, que gloria haya, hubo de retirarse quemado por la contestación ciudadana a la «estética» con que había impregnado la ciudad). Pero han pasado los meses, y la era Gallardón, lejos de plantearse la ruptura con el adefesio urbano y el mal diseño del espacio público, anda con los mismos pasos pringosos de su inolvidable antecesor.
Si cree que con la ocurrencia de lo del «arte en la calle» (instalaciones -más cerca de lo mediocre que de lo sublime- esparcidas estos días por el paseo de la Castellana) o de la mudanza de la alcaldía a Cibeles, hecho éste coherente con una estética pequeñoburguesa y aimaginativa (como lo prueba el que hasta Trinidad Jiménez quisiera hacer pasar como idea propia), va a lavar la imagen trivializada que buena parte de los ciudadanos tiene de la ciudad, se confunde el primer munícipe. reciente incorporación de panel publicitario a los postes telefónicos
Mientras tanto siguen los chirimbolos usurpando la imagen urbana, malvendida a los intereses de una empresa publicitaria (¿no anunció Gallardón que iba a reducir su presencia?); siguen apareciendo inútiles -y muy costosos- postes señalizadores (que rompen sin reparo las flamantes baldosas de granito con que el Ayuntamiento gusta reinventar las aceras); sigue creciendo el empuje descontrolado de la publicidad (hasta los postes de Telefónica -uno de los más discretos diseños de nuestro mobiliario- se están transformando con el añadido -torpe y abusivo- de una pantalla-anuncio retroiluminada). Una sóla cosa se ha notado en este tiempo: la supresión de los relojes-anuncio (y en verdad que es gratificante el espacio vacío y limpio
que dejan); esperemos que no los sustituya por algo peor.
Y continúa también la falta de disciplina urbanística en las fachadas de Madrid (se altera su arquitectura según los intereses y apetencias de cada propietario, sin que nadie -ni el Colegio de Arquitectos- haga algo); continúan las transformaciones y obras de «mejora» en ese solar inagotable y siempre disponible -¡afortunado hallazgo!- que son las aceras; continúa, en fin, la proliferación de objetos -escultóricos o como se les prefiera llamar- que inundan el espacio público y atentan tanto a la funcionalidad urbana como a la educación intelectual del ciudadano.
Un último apunte. En la glorieta de Cuatro Caminos se está desmontando el puente que desde hace décadas la sobrevolaba, para sustituirlo por un túnel. ¿No hubiera sido ésta la ocasión de oro para haber planteado la recuperación formal de uno de los enclaves más importantes –y más castigados- en la historia de la ciudad?, ¿hubiera sido mucho pensar en la convocatoria de un concurso de arquitectura?. Se ha procedido, sin embargo, con arreglo a la usanza de Manzano: la conformación de la plaza -por no se sabe bien qué «técnico»- como round about, siguiendo los dictados explícitos del tráfico rodado; más la inclusión, por supuesto, de una «original» fuente (cuyo diseño inefabilísimo y cuyos grupos escultóricos anexos ya anuncio que esperan amenazantes en la Casa de Campo: en los mismos talleres de cantería municipales de los que han salido, recientemente, piezas tan asombrosas para el ornato de la villa como las -impotables!- fuentes de granito del Salón del Prado, a cuyo lado -Chueca dixit- «los chirimbolos resultan de una belleza ática»). El punto de inflexión cultural y estético que Gallardón presumía dibujar en el espacio urbano no se ha marcado; sí, en cambio, la reafirmación continuista de la etapa -que no pasará a la historia como la más afortunada de la ciudad- de su predecesor y, mientras no se demuestre lo contrario, precursor Álvarez del Manzano.
Javier Gutierrez García- Mosteiro
Arquitecto, vocal de la Junta Directiva del Club de Debates Urbanos