“(…) es la coreografía de la celebración o la protesta, del espectáculo o el duelo, lo que otorga vida y significado a las fábricas inertes de la arquitectura”
(Luis Fernández Galiano).
La Puerta del Sol, un ancho cruce de calles o una plaza fea y malformada, tantas veces retocada y nunca acabada, pero sembrada, con el paso de los años, de marquesinas, osos rampantes, raquíticas fuentes, estatuas caducas o torpes cúpulas de cristal, es y ha sido escenario de grandes e intensos acontecimientos de la vida pública madrileña y española. Hermosa incluso por los llantos y cantos de tantos ciudadanos que en ella se han congregado. Las navajas contra los mamelucos napoleónicos, pero más afilados y fieros los rostros de los madrileños del genial Goya. Don Niceto Alcalá Zamora proclamando el triunfo de la República popular desde el balcón de la Casa de Correos, con todo un pueblo expectante, pleno de alegría y esperanza. Los altavoces en manos y bocas de múltiples líderes sindicales, convocando a la resistencia y la defensa de los trabajadores, de los derechos de todos nosotros, tantas veces atacados, silenciados u olvidados por la dictadura franquista o por la impuesta por los mercados. Las acampadas, asambleas, pancartas y gritos del movimiento 15M, como expresión espontánea que denuncia las heridas de una ofensiva neoliberal, guía y meta de nuestros actuales gobernantes. En este maridaje entre la piedra y la carne, en el eco de las voces y pisadas que la han recorrido tantas veces, está la belleza de la Puerta del Sol.
Este entendimiento debería servir de guía y objetivo, según mi opinión, para la nueva remodelación física y social que pretende provocar el concurso convocado por el Colegio de Arquitectos de Madrid, con la benevolente complicidad de los gobiernos regional y municipal.
La lectura del libro de David Harvey “Ciudades rebeldes” (Akal, 2013) me sirve de apoyo en estas reflexiones sobre la Puerta del Sol, de hoy y de mañana, especialmente cuando afirma: “Existe una importante distinción al respecto entre espacios y bienes públicos, por un lado, y los comunes por otro. Los espacios y bienes públicos urbanos han sido siempre objeto del poder estatal y la administración pública, y tales espacios y bienes no constituyen necesariamente un bien común”. Solo cuando los ciudadanos se apropian de estos espacios, “la gente se reúne allí para expresar sus opiniones políticas y proclamar sus reivindicaciones”, lo que era público se transforma en espacio común. Y señala como concreción de estas afirmaciones los ejemplos de “las plazas Syntagma en Atenas, Tahir en El Cairo y de Catalunya en Barcelona” (y la Puerta del Sol en Madrid, añado yo).
Las voces, las inquietudes, las esperanzas de ayer y hoy deben servirnos de guía para cualquier proyecto urbano capaz de convertir la ciudad (la plaza o la calle) en una imagen diferente, más adecuada “a nuestros deseos más profundos”, como dice Robert Park. Sin olvidar, citando nuevamente a David Harvey, que “lo urbano funciona, obviamente, como un ámbito relevante de la acción y rebelión política. Las características propias de cada lugar son importantes y su remodelación física y social, así como su organización territorial, son armas para la lucha política”.
Por eso los poderes públicos, al servicio del capitalismo o de una dictadura, intentarán siempre el dominio de estos espacios (Fraga gritó “¡la calle es mía!”), a veces con la puntual presencia de las fuerzas de orden, impidiendo, cercando o disolviendo brutalmente las concentraciones y manifestaciones ciudadanas. Y otras veces, de forma más sibilina, mediante intervenciones de remodelación, reforma o “modernización” en las que con transfiguraciones físicas del pavimento, el añadido de artefactos urbanos o incluso arbolado, jardines y estanques, se crean barreras que impiden, o al menos hacen difíciles, las masivas manifestaciones y concentraciones de ciudadanos. Tales fueros los objetivos y contenidos de las remodelaciones de los centros urbanos en los Estados Unidos tras los disturbios de los años 60.
Las plazas céntricas, las grandes avenidas, de la ciudad, hacen visibles y audibles las voces reivindicativas de las masas urbanas, provocando la empatía, el contagio y el ejemplo entre otros muchos ciudadanos (no todos), ampliando el potencial de una necesaria revolución anticapitalista en y por la ciudad. Y por ello se acotan o desvían las manifestaciones a lugares o por calles menos visibles y de más corto recorrido. Los más viejos podemos recordar, a título de ejemplo, el traslado de la Universidad Central en San Bernardo a un extremo de la Ciudad Universitaria y la posterior implantación del Campus de la Universidad Autónoma, lejana, aislada y acordonada, en ocasiones, por los “grises”, como un mecanismo de control de los movimientos estudiantiles de los años 50 y 60, haciéndolos invisibles para la mayoría de los ciudadanos, incluidos los medios de comunicación.
Cabe afirmar que el anuncio de una remodelación o “modernización” o el embellecimiento de un espacio público, hecho desde el poder político, con la connivencia de emblemáticas instituciones y personalidades profesionales, esconde un doble peligro. Por un lado, puede servir para devaluar su máximo significado como “espacio común”, dominio espontáneo de los ciudadanos. Por otro, el de un simple embellecimiento, el de una recualificación paisajística que acabará expulsando a las clases populares que lo habitan o transitan para generar importantes plusvalores en las propiedades de su entorno, para lucro de los especuladores inmobiliarios. Una Puerta del Sol sin tiendas de campaña, altavoces gritones, concentraciones reivindicativas, sustituidos por quioscos selectos, árboles decorativos (aunque sean de plástico) y bien guardada frente a invasiones foráneas chillonas y mal vestidas, darán nuevo valor, mejor negocio a sus propiedades colindantes. Un parque público no siempre es un espacio común, pero siempre es un elemento de revalorización inmobiliaria de su entorno más próximo.
Dicho esto, como afirmación vehemente de mis convicciones políticas sobre el valor y el derecho a la ciudad, me atrevo a realizar un primer esquema, dibujando con palabras, que no con infografías, cuál sería mi aportación a la convocatoria del COAM, aunque la estime inoportuna e inútil o, más firmemente, vacua.
La Puerta del Sol es un gran vacío destinado a acoger a los ciudadanos en momentos sociológicamente intensos y tensos, sea la fiesta, la celebración o la protesta, como la Plaza del Campo en Siena, la Plaza Roja en Moscú o el Zócalo en Méjico. Por eso los primeros trazos de esta nueva ordenación se deberán más a la goma de borrar que al lápiz. Despejemos la plaza: fuera osos y madroños, caballo y rey, míseras fuentes, quioscos cutres y jorobas vítreas invasoras. Olvidémonos de sombrajos o jugosos árboles imposibles y seamos capaces de construir un pavimento, una alfombra que acoja de pie, sentados o tumbados en el suelo, a miles de ciudadanos para contemplar la caída de la bola del reloj en Nochevieja, poner coronas a los caídos del 2 de mayo, incluida la parada militar, o gritar juntos contra la guerra, contra el paro, contra los recortes en educación, sanidad, cultura… Como mucho, coloquemos unos escuetos prismas, sean de granito, acero o madera, a modo de bancos, acentuando el arco que forman las fachadas de los edificios frente a la Casa de Correos, insinuando un anfiteatro virtual. Los accesos al Metro manténganse con su cerrajería e iconografía, como bocas abiertas que traen hasta el centro de la ciudad las voces de barrios lejanos, que acompañan a las multitudes que por ellas emergen (si se quiere guarecerlas, solo unas cajas transparentes de vidrio a la manera de Kazuyo Sejima o Renzo Piano). Para la noche, recuperamos las luminarias de Antón Capitel, a modo de desagravio y venganza contra la decisión inculta y populista del ayuntamiento, que las sustituyó en su día por farolas fernandinas. Eliminemos los quioscos, pobres, feos y mal colocados y traslademos la venta de periódicos y revistas a los locales situados en los bajos comerciales de los edificios colindantes. Pocas cosas, pero difíciles, sobre todo la pavimentación que aporte “identidad” y “sensualidad” a esta nueva plaza, como reclama Manuel Solà-Morales en sus “Cuatro paradigmas para la regeneración moral del urbanismo”.
Sobre este escenario podrán asentarse (nunca cimentarse) instalaciones efímeras tales como carpas o entoldados, tribunas o entablados, mercadillos y quioscos ambulantes. Todo ello con la duración que demanden los ciudadanos que inunden esta plaza en las múltiples ocasiones ya mencionadas.
Y en el futuro serán los acontecimientos, las nuevas ropas, los nuevos colores de las banderas, los nuevos gritos o discursos, los que irán conformando la arquitectura de la Puerta del Sol pues, como afirma el arquitecto Davil Estal (El Cabanyal, Valencia) “El uso del espacio es lo que construye el espacio”. Este es el valor de este espacio expectante.
Eduardo Mangada. Noviembre de 2013