Continuamos con el homenaje a Bernardo Secchi por ser nuestro socio de honor en la Fiesta del Solsticio 2014, esta vez con un articulo publicado por el profesor Secchi en Cassabella en 1984, «Las condiciones han cambiado», que incluimos traducido por Francisco López Groh que también escribe un texto introductorio.
Viene este texto a completar los dos publicados anteriormente de Jesus Gago sobre «Lo spreco edilicio«, y»Il raconto urbanístico«
Las condiciones han cambiado (de nuevo)
Aprovechando la ocasión que brinda el nombramiento de socio de honor del Club de Debates Urbanos del profesor Bernardo Secchi, se reproduce aquí un artículo suyo publicado en la revista Casabella en el año 1984. El título de esta “reseña” responde a la renovada actualidad de las consideraciones que, salvando las diferencias, se planteaban en aquel texto. El artículo se escribió en un marco histórico de transformación de gran magnitud. A finales de los años setenta y principios de los ochenta, un modelo de organización económico, política y social que se ha dado en llamar fordismo o taylo-fordismo ( los “treinta gloriosos”), sufría una crisis sistémica de gran magnitud. La combinación de problemas estructurales de acumulación y la presión de los trabajadores en defensa del precio de la fuerza de trabajo, además de otros colapsos particulares, transformaron radicalmente el panorama de los países avanzados dando entrada a un nuevo modelo de acumulación que ha sido nombrado de diferentes formas: “especialización flexible”, “neoliberalismo” … El texto de Secchi (contemporáneo de un texto fundamental del mismo autor “Il Racconto Urbanistico”) reflexiona sobre el impacto que aquellos cambios, apenas esbozados, tuvieron en la ciudad y el territorio, centrándose en la fase que va del inicio de la crisis a finales de los años sesenta, hasta los ochenta, incidiendo sobre los desafíos que se planteaban para la teoría y la práctica urbanística.
No es arriesgado afirmar que estamos en una situación similar a aquella, aunque diferente. Las condiciones han cambiado de nuevo, y los problemas y el método de afrontarlos también. Cualquiera puede ver en este texto diferencias y similitudes con la situación actual
Secchi trata en el texto numerosos aspectos económicos, políticos y espaciales de la transformación que se estaba produciendo y constataba como la quiebra de aquel modelo dejaba “heridas” por decirlo de algún modo que constituían un problema importante para la reconstrucción de la ciudad.
Secchi describe algunas de estos nuevos fenómenos y sus efectos en la ciudad y el territorio, la detención de los flujos migratorios, la ralentización d la edificación, la deslocalización… Pero llama la atención sobre todo por el fin de un tipo de experiencia, económica y espacial, que había regulado el ciclo precedente, el crecimiento:
“La experiencia fundamental a partir de la cual se ha construido en los últimos años el problema urbanístico es por tanto una experiencia de progresiva interrupción del crecimiento urbano y de progresiva dispersión. En el espacio físico, en el del poder y en el de la justicia. Es por muchos motivos una experiencia opuesta a la que se encuentra en los orígenes del programa de investigación del urbanismo y de la arquitectura moderna”
Lo que tiene su reflejo en la ciudad:
“El espacio en el que viviremos los próximos decenios está en gran parte construido. El tema es ahora el de darle sentido y futuro por medio de continuas modificaciones de la ciudad, del territorio, de los materiales existentes, lo que implica una modificación de nuestros métodos proyectuales que nos permita recuperar la capacidad de ver, prever y controlar. “
Visto desde hoy llama la atención cómo esta visión quedó radicalmente trastocada (especialmente en España, pero no sólo) por un nuevo ciclo de crecimiento desorbitado, apoyado esta vez, a diferencia del anterior, precisamente en el sector (o sectores) cuya parálisis era más patente en aquellos años 80. La ciudad, lo inmobiliario, fueron precisamente los impulsores de este crecimiento, de la mano de un artefacto ilusorio, la financiarización de la economía y la expansión vertiginosa del crédito. El gobierno de La Ciudad (y el territorio), que se había volcado al manejo de las rentas diferenciales, a la recuperación de lo construido, a las operaciones de remodelación de espacios obsoletos donde podían extraerse rentas de posición, se volcó hacia una nueva oleada de ocupación vertiginosa de suelo. Hasta la momentánea vuelta al “proyecto urbano” y la “escala media” fue arrollada por este nuevo “taylorimo promotor” fomentado por una inyección de crédito sin precedentes.
La brusca interrupción d este ciclo nos ha devuelto en parte el escenario observado por Secchi en los años 80: Hoy de nuevo:
“Las periferias metropolitanas (no sólo) están llenas de proyectos no acabados que han rociado el territorio de puntos de demanda y de respuestas no pedidas»
¿Hasta cuándo?
FLG
Las condiciones han cambiado
Bernardo Secchi
Casabella 1984
“Las condiciones han cambiado: proyectar significa hoy afrontar problemas, utilizar métodos, expresar intenciones, diferentes a las de un pasado todavía reciente. Me gustaría describir el cambio: lo que revelan las pistas, a qué está asociado, de dónde nace, quizás incluso por qué está determinado. Más difícil resulta en cambio hacer juicios respecto a los resultados.
Proyecto es un término amplio: aquí me interesa aquello que se refiere al espacio físico. El motivo para ocuparse de ello, no me parece que esté ligado a una moda cultural, sino a aquello que afecta a las más profundas estructuras sociales y económicas de los países occidentales y que tiene un reflejo evidente en la ciudad y el territorio.
Es difícil decir de que está´ hecho ese algo: en su interior hay fenómenos y experiencias diversas: la detención de los flujos migratorios, del crecimiento de las grandes ciudades, la ralentización de la edificación en las áreas urbanas y su traslado a otros lugares dispersos, la deslocalización industrial, el progresivo surgimiento del campo urbanizado, la industrialización difusa, la extensión del paisaje de las periferias metropolitanas.
En el fondo hay un cambio de las relaciones entre los sectores industrial-urbanos y los sectores rurales proveedores de materias primas; el cambio de los precios relativos de los respectivos productos, de la estructura general de precios, el fin de una fase de intensa proletarización de la fuerza de trabajo, cambios tecnológicos, la descomposición de los ciclos productivos, el descubrimiento de un mercado de trabajo configurado también del lado de la oferta, el descubrimiento de la “complejidad y las contradicciones”, en la sociedad, en la ciudad y en la arquitectura, del localismo, de la apertura quizás de un nuevo ciclo de acumulación.
En la superficie hay cambios, en algunos casos dramáticos, en la ocupación del suelo: las grandes áreas industriales abandonadas, los vacíos que, de improviso, se han formado en los tejidos densos y compactos, la formación de periferias internas, la ocupación por parte de las actividades terciarias de amplias áreas residenciales, la incoherencia entre la localización de los servicios sociales y la de sus usuarios, la disolución de la oposición entre ciudad y campo, entre centro y periferia.
Inmediatamente bajo la superficie una miríada de acontecimientos sociales, de identidades de grupo, de discursos, de acciones de cambio político, de conflictos, de políticas, de proyectos y estrategias individuales y colectivas.
Pero en el territorio y en el tiempo, en las diversas situaciones locales, esta colección de fenómenos no se ha dispuesto como en el espacio y la secuencia de esta página escrita. Asociaciones y secuencias, intensidad e importancia han sido cada vez diferentes. Y por ello se ha tardado en reconocer el giro al que estábamos asistiendo y en comprender las consecuencias para el proyecto de la arquitectura y el urbanismo. Intentaré describir algunas.
La experiencia a partir de la cual la arquitectura y sobre todo el urbanismo se han dado una constitución es una experiencia de crecimiento, quizás la única o principal hipótesis fundamental de la modernidad: de crecimiento de la ciudad, del suelo edificado en torno a ella, de algo nuevo que continuamente se añade a lo preexistente, hasta sumergirlo, sustituirlo, transformarlo, y eventualmente negarlo. El crecimiento ha sido durante mucho tiempo concentración: en el espacio físico, en el del poder y en el de la justicia. Concentración del trabajo en la fábrica, de la población en la ciudad, del dominio de una clase, de premios y castigos en grupos sociales diversos. Aparece sobre todo ligado a la manifestación de una nueva estructura de relaciones sociales, determinada incluso en cada detalle.
Las intenciones proyectuales del urbanismo y de la arquitectura moderna se ocupan sobre todo del crecimiento: la ciudad en expansión y sus elementos, los “siedlungen”, las nuevas implantaciones, los barrios; la expansión de la ciudad en el campo y su transformación, las ciudades jardín, las “villes nouvelles”; los nuevos objetos arquitectónicos destinados a estructurar el espacio. Todo ello se configuraba fundamentalmente como intento de dominio de la transformación, como la voluntad de que lo nuevo se adaptara a un orden previsto, como visión anticipada de lo que todavía no existe y que puede ser nominado de forma diferente.
Urbanismo y arquitectura moderna se convierten así en un programa de investigación científica: intento de reelaborar los datos de la experiencia dentro de una estructura teórica y técnica en grado de prever y por tanto dominar el flujo de los sucesos y la estructura de relaciones que se producen entre ellos.
El progresivo abstraerse del Urbanismo moderno de las propiedades físicas, materiales y formales de los objetos que rellenan su campo de observación, el progresivo traslado del centro de atención de la estructura morfológica de la ciudad y el territorio a la económica y social, la transformación del urbanista en economista, sociólogo, historiador, filósofo, están íntimamente ligados a la experiencia del crecimiento, a esta fundamental experiencia de lo nuevo, del sobrevenir de algo que se añade a lo existente que ha marcado el mundo occidental en los últimos dos siglos.
Las modalidades concretas a través de las cuales esto ha sucedido han sido el recuso a una concepción holística de la sociedad y la ciudad, a la afirmación de la irreductibilidad del todo a las partes, del interés general al individual. Ha nacido un medio de proyectar en el cual la atención se ha puesto en argumentos de carácter universal, en el descubrimiento de relaciones estables en el largo plazo, en la definición de tipos, en la serie, en la repetición. Cada proyecto de arquitectura y urbanismo ha asumido un papel demostrativo, aspirando a un contenido de verdad que sobrepasara la situación concreta local y la particular contingencia histórica en la que había sido producido. Por eso el urbanismo se ha hecho relato, recurriendo en particular a grandes estructuras narrativas: la historia de la ciudad industrial, epifanía de las más estables estructuras de la sociedad, ha sido narrada como la del empeoramiento, y la tarea del urbanista como la del que trabaja por mejorarla. Esto ha conseguido dar identidad a los sujetos sociales, a los antagonistas y a los aliados, a los obstáculos, a los procedimientos de interacción social, a concebir el crecimiento como asociado a una contienda, un conflicto, un juego de decisiones cuyo resultado debe ser buscado, proyectado, ya que no está garantizado de antemano.
Quizás es incauto avanzar hipótesis tan agregadas. La historia de la arquitectura y el urbanismo moderno son más ricas, complejas, polivalentes, en cierto sentido más ambiguas, de lo que se ha dicho en las líneas precedentes. Pero la irrupción del crecimiento las ha dominado, eventualmente como pesadilla, como referencia negativa, así como ha dominado otras áreas disciplinares que se han constituido simultáneamente como la economía política.
La interrupción de la concentración y el crecimiento urbano ha sido un acontecimiento que ha sido percibido con cierta lentitud. Si se observa la superficie de los acontecimientos tal como se pueden percibir en nuestro país, al inicio de los años 60 vivimos el paso de una fase de desarrollo “extensivo” durante la cual el aumento de la producción agregada se acompañaba de un sensible aumento de la ocupación, a una fase de desarrollo “intensivo” en la cual, al contrario, la producción aumenta utilizando técnicas ahorradoras de trabajo. Naturalmente, estos movimientos son el resultado de modificaciones articuladas de las técnicas de cada sector, de la composición sectorial del output total y de las relaciones entre los diversos grupos de interés. De ello resultó una primera paralización de los flujos migratorios, del traslado de la fuerza de trabajo de la agricultura a la industria, del campo a la ciudad, del sur al norte, del pequeño al gran centro, de la pequeña empresa atrasada a la grande y moderna. Lo que dio lugar, algunos años después, a una drástica modificación de la estructura demográfica de las grandes ciudades.
Pero la expansión de las grandes ciudades no se ralentizó por esto. Las condiciones de vivienda son tales como para justificar todavía intensos programas de edificación. La administración pública se propone como guía de esta nueva expansión: los grandes barrios de vivienda pública, el diseño de las partes más extensas de la ciudad moderna, son posteriores a aquella primera fase.
A finales de los años sesenta se inician intensos procesos de descentralización productiva, de deslocalización industrial, de industrialización difusa, de formación de un extenso campo urbanizado. Finalmente, a finales de los años 70 se produce un nuevo cambio de las técnicas productivas: éste viene presentado con los tonos y acentos de lo “maravilloso”, pero la realidad es quizás más interesante. Se cierra una fase en la cual las modalidades de organización taylorista de la producción implicaban que cantidades sensibles y crecientes de suelo fueran asociadas a cada porción de trabajo, en la cual, el lay-out de cada ciclo productivo era pensado en un espacio en cualquier caso ampliable, y se abre otra, en la cual, al contrario, la producción se hace un fenómeno menos aparente, que ocupa espacios cada vez más pequeños y que por lo tanto se puede fácilmente ubicar de forma dispersa en los intersticios de los tejidos rurales existentes.
La interrupción del crecimiento urbano, de la ocupación de suelo en torno a las grandes ciudades, la dispersión espacial de la producción, no pueden ser interpretadas como debidas simplemente a crisis cíclicas de la producción. Son la connotación principal de una nueva era, el resultado de nuevas relaciones entre los grupos sociales, de nuevas estrategias.
En las grandes áreas urbanas y metropolitanas, a partir de cuya observación se construyó desde el inicio el problema urbanístico, hay ahora “vacíos”, extensas áreas “blandas”, cuencas y distritos industriales obsoletos y abandonados o en camino del abandono: los docks de Londres, la Lingoto en Turín, el área Citroen en Paris, Milán-Bovisa, Bagnoli en Nápoles, los puertos de Génova y Rotterdam, Coventry. Estas áreas limitan con áreas “duras” en las cuales la residencia y el terciario se disputan el terreno palmo a palmo. Actividades cada vez más variadas se relocalizan moviéndose a lo largo de las líneas de menor resistencia que atraviesan lo construido en muchas direcciones, no siempre siguiendo la que va del centro a la periferia. Tienden a asociarse y aproximarse sin reglas aparentes: la heterogeneidad domina el paisaje urbano, el de la periferia metropolitana y del campo urbanizado. Ciudad y territorio son cada vez más tematizados de forma generalizada recurriendo a palabras diferentes de las del pasado.
La experiencia fundamental a partir de la cual se ha construido en los últimos años el problema urbanístico es por tanto una experiencia de progresiva interrupción del crecimiento urbano y de progresiva dispersión. En el espacio físico, en el del poder y en el de la justicia. Es por muchos motivos una experiencia opuesta a la que se encuentra en los orígenes del programa de investigación del urbanismo y de la arquitectura moderna y da lugar a una progresiva desestructuración y deslegitimación de sus métodos de proyecto.
En el principio de la nueva temática encontramos una ciudad hecha de “partes” que no necesariamente son reconducibles a la totalidad a lo largo de los ejes jerárquico y de integración: es la historia, la memoria que la ciudad tiene de sí misma, lo que da unidad a sus partes. Las propiedades de los objetos arquitectónicos singulares adquieren sentido dentro de un sistema de relaciones que caracterizan las diferentes partes de la ciudad: un cierto paisaje urbano, un cierto contenido social, una función.
A finales de los años 70 las características sociales de cada parte singular de la ciudad no se corresponden ya con las funcionales; las morfológicas tampoco se corresponden con las sociales y las funcionales. Si recorro la ciudad obtengo informaciones incoherentes, el sentido del lugar no me resulta inmediatamente perceptible: densidad y tipos de edificación predominantes no me hablan ya de la identidad de los habitantes, de su posición en la división social del trabajo, de cuanto se hace dentro de los edificios.
Estoy describiendo el malestar, pero también algo más relevante. El crecimiento de la ciudad y la metrópoli nos parecía destinado a proseguir: queríamos llenarla de nuestras buenas intenciones, excluir itinerarios perversos, contenerla incluso donde creciera algo diferente. La suspensión del crecimiento ha abreviado de improviso el horizonte temporal de nuestras previsiones. La concentración informaba de algo dentro de nuestro campo de visión. Creíamos poder ver, prever, controlar. La dispersión impulsa el crecimiento fuera del campo de nuestra mirada, lejos de la ciudad y en direcciones imprevistas: la disemina, la parcializa, la disuelve en episodios diversos.
Pero no por ello la nueva situación me parece que deba ser necesariamente descrita como “excrecencia”, “proliferación”, “gangrena”, “metástasis”, enfermedad incontrolada e incontrolable. El recurso frecuente a estos términos muestra nuestras dificultades de visión.
Nos damos cuenta que el tema no es el de la construcción “ex novo” de la “ciudad moderna”; que este término no puede significar ya las quizás demasiadas cosas a las que aludían los ejemplos demostrativos de la urbanística y la arquitectura moderna. El espacio en el que viviremos los próximos decenios está en gran parte construido. El tema es ahora el de darle sentido y futuro por medio de continuas modificaciones de la ciudad, del territorio, de los materiales existentes, lo que implica una modificación de nuestros métodos proyectuales que nos permita recuperar la capacidad de ver, prever y controlar. Y es en efecto por la visión por donde debemos comenzar.
La complejidad actual de la sociedad y del territorio, la dificultad de ligar cada uno de sus elementos al otro, nos debería empujar a actuar inicialmente seleccionando relaciones simples: por ejemplo a distinguir de forma realista lo que en la ciudad y el territorio es “duro” de lo que es “maleable”, modificable en sus propiedades, en su estructura física, en sus funciones, en su relación con otros objetos, en su sentido integrado. “Duro”, en la situación italiana, quizás europea, es el barrio de iniciativa pública de la periferia metropolitana. Corviale, Laurentino, Secondigiano, Palastro, el grupo de condominios de siete y ocho plantas en la llanura de la Brianza o del Véneto, el nudo de autovía, la barrera ferroviaria, el asentamiento abusivo en la costa, la parcelación pretenciosa. Maleable se han demostrado por contra, el centro histórico, especialmente el espacio público, la ocupación precaria de los suelos periféricos, las áreas o edificios industriales obsoletos.
Pero esta es sólo una de las configuraciones posibles: en situaciones diferentes maleable y duro pueden referirse a objetos distintos. En Los Ángeles, duros son sobre todo la red de infraestructuras y cuatro o cinco conjuntos de edificación en altura, maleable es el restante océano edificado; en Detroit cuando se quiere construir el nuevo establecimiento de la Cadillac se arrasa la ciudad polaca; en Moscú lo duro prevalece, lo maleable apenas existe. Duro y maleable no son términos descriptivos sólo en cuanto a las propiedades físicas, de relaciones visibles. “Potty and clay” eran los términos con los cuales los economistas, hace tiempo, describían la capacidad de adaptación, la escasa resistencia de una parte de la economía frente a la agresividad, a la fuerza estructurante de la otra.
En los años pasados, cuando se pensaba que la producción de mercancías era una actividad fuertemente consumidora de suelo, en todos los planes urbanísticos de los pequeños municipios se insertaron amplias manchas violetas [1]: ahora sabemos que no se verán nunca llenas de establecimientos. Están y estarán parcialmente vacías, no han estructurado una “dura” red de intereses, diferentes de los inmobiliarios; sin embargo han dado lugar a la construcción de infraestructuras, de barrios residenciales; han dado lugar a expectativas, a promesas, a pactos que ahora son “duramente” reivindicados. Duro y maleable se convierten así en sinónimos de negociable e innegociable.
El espacio futuro será pues el resultado también de asentamientos nunca desarrollados, de las acciones de cambio político desencadenadas por ellos, de intenciones que se han consolidado en rentas del suelo. Las periferias metropolitanas están llenas de proyectos no acabados que han rociado el territorio de puntos de demanda y de respuestas no pedidas: el sistema de interacciones sociales está repleto de vínculos, de variables independientes, de temas no negociables. Dejar en los planes y en los discursos la idea de que los proyectos pueden proseguir en los mismos términos en los cuales han sido inicialmente pensados y con los mismos protagonistas es cuando menos elusivo: se corresponde con concebir el plan como un gran depósito que es necesario rellenar de cualquier manera hasta el final. Pero igualmente elusivo es también mantener que entre la heterogeneidad y la complejidad, entre un espacio cada vez más definido por la ausencia o la dificultad de conexión entre las partes, cualquier contagio es posible, cualquier proyecto es legítimo y se convierte en sabiduría privada, juego del enfoque improbable y sorprendente, infinito intercambio y permutación de elementos que nos habíamos acostumbrado a integrar dentro de un orden de significados.
Modificar quiere decir precisamente buscar un método de proyecto distinto, en ciertos aspectos opuesto al del pasado, en el cual la atención se ponga en primer lugar en el problema del sentido, de las relaciones con cuanto pertenece al contexto, a su factibilidad y materialidad, a su función en el proceso de reproducción social, a su regla constitutiva. A un nivel más específico quiere decir construir planes de “grano más fino” privados de carácter demostrativo, que no aspiren a trascender la situación en la cual se producen, que no pretendan legitimarse mediante un uso instrumental y burocrático del aparato discursivo entregado a la tradición, sino que articulen el espacio del discurso con más limitaciones y temáticas definidas; planes que pierdan una parte de su carácter institucional, de norma abstracta e independiente de fines específicos, que seleccionen los temas de proyecto partiendo de la especificidad de los lugares, de su carácter posicional, apoyándose en una idea de racionalidad limitada. Es más, quiere decir en concreto abandonar los grandes fondos sobre los mapas, los grandes signos arquitectónicos e infraestructurales sobre el territorio, actuando sobre las áreas intermedias, sobre los intersticios, sobre las comisuras entre las partes “duras”, reinterpretar las partes “maleables”, en cierto modo, reinventar unas y otras añadiendo algo que dé sentido al conjunto; establecer así nuevos lazos, formar nuevos coágulos físicos, funcionales y sociales, nuevos puntos de agregación que recaben perspectivas más distantes, miradas más generales dentro de las cuales puedan darse proyectos más amplios, discursos más convincentes y veraces.
Quiere decir buscar de nuevo una regla y una semántica, no necesariamente continuación o mímesis de la histórica, sino justificable con argumentos públicos, no privados. Hoy todo esto quiere decir someterse a una notable dosis de riesgo intelectual, quizás incluso encontrar un motivo de mayor empeño ético-político.
[1] El suelo industrial en el planeamiento ha gozado siempre de una simbología curiosa: del azul cobalto/violeta, símbolo del “blue collar” al gris, situado entre la indiferencia y el smog (N. del T.)