Introducción al debate
Tratando con dos textos: Le Capital au XXIe Siècle de Tomás Piketty y La Città dei ricchi y la città dei poveri de Bernardo Secchi
Las manifestaciones y ocupaciones del espacio público que se produjeron en numerosos países a raíz de la crisis financiera que se inicia en el 2007 tuvieron como eslogan el lema de “somos el 99%”. Esta consigna, que evoca como problema y antagonismo la concentración de la riqueza en manos del 1% tuvo la virtud de poner en valor los diversos análisis que se llevaban realizando sobre la concentración de la riqueza (y su correlato, la desigualdad) en las economías avanzadas transformándolos en movilización colectiva, sacando a la plaza pública lo que, hasta entonces, permanecía en los ordenadores de las universidades, al convertirse en un factor de movilización social y alternativa política.
Recientemente, un libro que trata de la desigualdad “Le Capital au XXIe siècle”, de Thomas Piketty, publicado inicialmente en Francia [1], y traducido a diversas lenguas se ha convertido en un auténtico bestseller [2]. Este imponente texto de más de seiscientas páginas, recoge la evolución de la desigualdad a lo largo de un período muy amplio, cerca de tres siglos, y para un numeroso grupo de países, describiendo la evolución de distintas formas de acumulación de la riqueza por medio de una amplia base empírica, sosteniendo a la vez diversas tesis (leyes según Piketty) entre las cuales una de la más significativas es la tendencia en el capitalismo a la concentración de la riqueza y la agudización de la desigualdad, proponiendo algunas medidas de carácter fiscal destinadas a atenuarla.
El texto ha suscitado furiosos ataques de la prensa económica (neo)liberal [3], tanto en las medidas propuestas (expoliación de los ricos, catástrofe para el crecimiento…) como en la consistencia de los propios datos, el aplauso del sector liberal-socialdemócrata americano [4], y la puesta en cuestión de las bases teóricas del mismo por economistas de corrientes diversas del pensamiento económico: neomarxistas, poskeynesianos o institucionalizas [5]; así como numerosos debates públicos [6] y hasta un número monográfico de la revista “Real World Economics Review” [7].
Casi simultáneamente se publicaba en Italia “La Città dei Ricchi e la Città dei Poveri” de Bernardo Secchi [8], recientemente fallecido y socio de honor del CDU, que desarrolla un extenso análisis en el tiempo y la geografía de los mecanismos urbanos de la desigualdad sosteniendo “una hipótesis (…) que el urbanismo tiene fuertes y precisas responsabilidades en el empeoramiento de la desigualdad y que el proyecto de la ciudad debe ser uno de los puntos de partida de cualquier política dirigida a su eliminación o rechazo”
El debate que se propone nació inicialmente de un intento de asociar ambos textos en un intento de articular la cada vez mayor constatación de la desigualdad económica y social con la percibida (y compleja) desigualdad urbana. A lo largo de la preparación de este debate, este proyecto sufrió diversos cambios como resultado de los cuales se acabó configurando el formato actual.
Desde los inicios de estas discusiones previas (que muestran en parte la enorme amplitud del debate y un cierto desfallecimiento ante el objetivo emprendido) fue afianzándose la idea de poner el foco en aquellos aspectos en los que la desigualdad tenía su expresión en la ciudad, tal como se pretende en definitiva conducir el debate.
Esta cuestión es relevante porque, al menos en su programa implícito, el urbanismo ha enarbolado siempre la bandera de la igualdad espacial, a veces, quizás ingenuamente, como alivio o contraposición a la desigualdad económico-social. Alternativamente sin embargo cabe preguntarse también que efectos ha tenido en la conformación de la ciudad la evolución de los procesos económicos de carácter macro (diría el que escribe el proceso de reproducción ampliada del capital) y la forma en que estos procesos han utilizado las ciudades para sustentar/reforzar/alterar las condiciones del mismo, que por desigual no podía por menos que reflejarse en la ciudad [9]. La ciudad no sólo ha “reflejado” en su estructura espacial la desigualdad socioeconómica, sino que ha sido ella misma (su gobierno) productora de desigualdad.
Mientras dormíamos
Pero hay algo además que llama la atención en el impacto que ha producido El Capital en el siglo XXI. Como muchos analistas han indicado, los estudios acerca de la desigualdad no son nuevos. El propio Piketty y sus colaboradores (principalmente Emmanuel Sáez) llevaban largo tiempo trabajando sobre el tema, montando entre otras cosas una colosal base de datos pública de consulta imprescindible (creo) para cualquier interesado en el tema. Analistas como Duménil y Lévy, Atkinson, Milanovic, Galbraith, Wilkinson y Picket, Sitiglitz… por citar sólo los más recientes, o instituciones como The CCPA’s Growing Gap de Canadá llevan ocupándose del tema largo tiempo, y el reciente libro del Club de Debates Urbanos [10], da cuenta también de la preocupación por los efectos espaciales de la desigualdad.
Si bien en los laboratorios, a veces marginales, de las universidades y centros de estudios se escrutaban los datos analizando la evolución de la desigualdad, sus causas y los procesos que la sustentaban (y como no de las políticas que se enfrentaban a ella) la sociedad pública, los ciudadanos, sus representantes políticos, los medios de comunicación habían arrinconado esta cuestión. Emocionados primero por la lluvia de bienes que esperaban de la desregulación financiera, de la apertura del sector público al negocio privado, y, después, absorbidos por la burbuja financiero-inmobiliaria, y el chorro de crédito (deuda) que caía sobre nuestro país, ofuscados por la hegemonía del pensamiento “de mercado”, sólo percibían el incremento de la riqueza por doquier y la celebración de la misma con todo tipo de monumentos exagerados cuando no terroríficos en su avasalladora presencia. Así que como decía aquella famosa canción triste (Les feuilles mortes) la desigualdad creció “tout doucement sans faire de bruit”. Una desigualdad que crecía precisamente cuando (aparentemente) crecíamos y que ahora, en la crisis se vuelve aún más dura.
Pero la crisis financiera terminó también con este sordo consenso. El derrumbe del sector inmobiliario en nuestro país, el fulgurante aumento del paro, la angustia de las clases medias amenazadas de empobrecimiento, desveló el espectro. Los ciudadanos percibieron que las grandes empresas y “los ricos” se comportaban de forma especulativa y ratera y que además debían ser “rescatados” con el esfuerzo de todos y que la concentración de la riqueza (y de las empresas) se reflejaba en los gobiernos, que sostenían políticas fiscales, laborales y otras que favorecían el incremento de la desigualdad.
Pero hay que preguntarse por qué nos dormimos, por qué el impulso redistributivo de los primeros tiempos de la democracia se fue apagando, cómo la famosa consigna del “enriqueceos” prendió con tanta facilidad en la sociedad.
La persistencia de la desigualdad
Y ahora, al observar los datos, al mirar nuestras ciudades, nuestros barrios no sólo se revela la magnitud de la desigualdad, sino su persistencia, el tenaz (y a veces agravado) mantenimiento de la desigualdad, fijada muchas veces en los mismos lugares donde “se inició”: los ricos en sus barrios, los pobres en los suyos… Y en medio, a veces, fronteras, muros, dispositivos de diferenciación física (Secchi). Mismos (o casi) barrios con diferentes contenidos donde los trabajadores y capas bajas han sido sustituidos por emigrantes y precarios, donde han cambiado las actividades, las formas familiares, los sistemas de cohesión y empoderamiento y donde se ha producido una notable pérdida de derechos, incluido el denominado derecho a la ciudad: pérdida de servicios, pérdida de comunes…hasta que la ciudadanía se ha revuelto contra esta situación.
¿Cuánta desigualdad podemos soportar? [11]
La creencia en un crecimiento sin límites, en la idea de que ésta acabaría “filtrándose” a todos, en el ciclo imparable del consumo, de la “riqueza” que proporcionaba la subida imparable de los precios de vivienda, se vino abajo en 2007. Y grupos de jóvenes pillados en la trampa del derrumbe de la burbuja se levantaron y ocuparon la Puerta del Sol, Wall Street y multitud de plazas y lugares simbólicos en todo el mundo. Y de golpe aquel sistema desveló ante los ojos de todos su inestabilidad primigenia (su insostenibilidad dirán otros) y la desigualdad, más allá connotaciones morales se reveló insoportable, antidemocrática y dañina para la economía.
Esta revelación pública del daño que la desigualdad puede hacer a nuestras sociedades no es obvia. De hecho ha sido necesaria una recesión de magnitud catastrófica para que dicho daño se hiciera evidente. Conservadores y liberales han celebrado la desigualdad como “necesaria” para premiar ciertas habilidades o talentos y han sostenido (contra toda evidencia en contrario) que la riqueza se difundía hacia abajo (trickle down economics) favoreciendo el conjunto de la sociedad. Margaret Thatcher dijo “es nuestra tarea enorgullecernos de la desigualdad”. Todavía en 2004, Robert Lucas, premio Nobel de economía afirmaba: «De las tendencias que son perjudiciales para una economía saludable, la más seductora, y en mi opinión, la más venenosa, es centrarse en las cuestiones de la redistribución (de la renta)» y Joaquín Leguina en una tribuna en el diario “El Mundo” (“Toda mejora empeora”) afirmaba acerca de la “ficción de la igualdad” que “la única forma de interpretar la igualdad es como igualdad de oportunidades, pues las distinciones entre las personas son necesarias para que la sociedad funcione”.
Pero los hechos han desmentido esta celebración de la desigualdad. La desigualdad no es sólo moralmente rechazable sino que amenaza nuestras libertades, nuestro bienestar, nuestro acceso al trabajo y a salarios dignos, e incluso la propia estabilidad macroeconómica. Cabe preguntarse por lo tanto con urgencia acerca de los “dispositivos” para combatirla.
Combatiendo la desigualdad: más preguntas que respuestas
De forma que, más allá de constatar con los datos empíricos en la mano el alcance de la desigualdad hay muchas preguntas que hacerse respecto a los dispositivos para atacarla: dispositivos económicos, políticos y cómo no espaciales.
Decía un miembro del Club en las discusiones previas a esta convocatoria que la batalla contra la desigualdad estaba aquí en la ciudad, que era en la ciudad donde los “15eme” se habían levantado y ocupado las plazas y que aquí está el campo de batalla. Y el de la conversación se podría añadir, conversación sobre las causas de la desigualdad (apenas esbozadas por Piketty) sus efectos (¿podemos soportarla?) y las formas de combatirla.
Conversación de la que indiciariamente se pueden plantear de entrada algunas cuestiones:
a) ¿Dónde se inicia el fatal proceso de desigualdad? ¿Cuántos y apilados distintos dispositivos, de la escuela a la empresa, de los salarios a los sistemas de impuestos a la forma en que la democracia es ejercida, favorecen este proceso?
b) ¿Son suficientes o siquiera eficaces las políticas redistributivas actuales en los países europeos (con sus diferencias) para enfrentar el problema de la desigualdad o quizá es necesario poner el acento en las políticas pre-distributivas (de los salarios a la democracia en la empresa)?
c) ¿Cómo son los dispositivos a través de los cuales la desigualdad estructural del modelo de acumulación “maneja” la ciudad produciendo/reproduciendo desigualdad? ¿Cómo es utilizada la desigualdad urbana para producir más desigualdad? ¿Es consistente la idea (Secchi) de que “el urbanismo tiene fuertes y precisas responsabilidades en el empeoramiento de la desigualdad”?
d) ¿Por qué han fallado o se han quedado obsoletos los dispositivos de la planificación urbana que pretendían atenuar la desigualdad desde el punto de vista espacial?
e) Ante la amenazante escalada de la desigualdad y la expropiación de bienes comunes (espacios, servicios…) ¿Con qué dispositivos cuenta la ciudadanía para construir una ciudad más justa?
Francisco López Groh
[1] Recientemente publicado en España por la editorial Siglo XXI España 2014.
[2] Pero tampoco hay que engañarse. El libro ha roto el récord del texto con menos páginas leídas (2,4%) según Amazon, que hasta el momento ostentaba “Breve historia del tiempo” de Hawking. (https://www.google.es/?gws_rd=ssl#q=breve+historia+del+tiempo) (debo esta curiosa noticia al irónico final del texto de Robert Wade :“The Piketty phenomenon and the future of inequality”)
[3] Especialmente batallador han sido el Financial Times
[4] Por la relevancia de los participantes se incluye aquí como ejemplo el debate realizado en el Graduate Center.de la City University of New York, con la asistencia de Stiglitz, Krugman y Steven Durlauf y moderado por Branco Milanovic:
[5] Por ejemplo Galbraith, Hudson, Husson, Boyer, Kliman…etc. Y
[6] Uno de ellos, que debiera suscitar nuestra envidia, realizado en el Senado de Italia
[7] Real World Economics Review, Número especial “On Pikkety’s Capital”nº 69 Octubre 2014.
[8] De próxima publicación en Castellano por la editorial La Catarata con la colaboración del CDU
[9] Ver por ejemplo Harvey, Sassen, entre otros
[10] CLUB DE DEBATES URBANOS “Madrid Materia de Debate” en especial el capítulo 7 del volumen IV, artículos de Félix Arias, Concha Denche, Julio Alguacil y otros
[11] El título de este apartado hace referencia a una frase del documental Inequality for all, basado en un curso del exsecretario de Estado de Trabajo con Bill Clinton Robert Reich. El documental (vídeo) está disponible en Youtube en: https://www.youtube.com/watch?v=0NdDupITDv8, y subtitulado (sin títulos de crédito) en https://www.youtube.com/watch?v=kA4nev93xY4