A medida que el grupo de los ricos se vuelve, en sentido relativo, más pequeño y la distancia con los pobres aumenta, a las políticas de identificación y reconocimiento se unen las de separación y exclusión. Los ricos barrios residenciales del París de la Tercera República, del Londres victoriano, de la Viena fin de siècle, o del Milán de Beruto eran y son aún bien distintos de una gated community (urbanización privada). Europa tiene una larga historia de ciudad y en la complejidad del palimpsesto del territorio europeo muchos aspectos de nuestro mundo y de su posible futuro se manifiestan desenfocados, confusos y más difíciles de reconocer. Un viaje a lo largo del continente americano, en el cual la condición social ha tenido siempre un papel menor que en Europa, puede, sin embargo, enseñarnos muchas cosas.
Si desde Canadá nos movemos hacia el sur, a través de Estados Unidos, México, los países de América Central, Brasil y Argentina, nos damos cuenta del progresivo aumento de la frecuencia y de la creciente transformación de las razones y el carácter de las gated communities. Algunas ciudades del Centro y Sudamérica se han convertido en representación clara del resultado de procesos de distinción y de exclusión/inclusión social.
En Brasil, por ejemplo, la compañía americana Alphaville ha construido y está construyendo algunas decenas de condominios fechados de grandes dimensiones, verdaderas y exclusivas ciudades nuevas con una población que puede superar en algún caso los 100.000 habitantes. En Argentina, en el área de Buenos Aires, al comienzo del siglo XX podían contarse cerca de 450 condominios cerrados, cada uno con su propio nombre.
El modelo urbanístico de referencia más frecuente es el del new urbanism nacido en Estados Unidos en los años ochenta y que ya en Peter Calthorpe, su ideólogo y propulsor, se mostraba del todo coherente —excepto en el lenguaje urbano— con la carta fundacional de la arquitectura y del urbanismo del Movimiento Moderno, esto es, con la Carta de Atenas, de la que se hacía una relectura a la luz de criterios estéticos que es inevitable señalar como “populistas”, aunque reconvertidos para clases medias altas. En los años noventa una versión más avanzada del new urbanism se apropia de las nuevas “teorías” ecológicas. Las smart cities estadounidenses, como las Alphaville brasileñas, las utilizan dentro de una gran retórica de marketing en la cual el tema de la seguridad, de una parte, y el de la calidad ambiental, de otra, se vuelven los pilares de la construcción de una nueva sociedad.
En 1996, se estimaba en 10 millones los ciudadanos estadounidenses que vivían en 20.000 gated communities
Dentro de estas ciudades, tanto en Brasil como en Estados Unidos, en México, en Colombia, en Venezuela o en Argentina, obviamente viven los ricos: la gated community es su capital espacial, lo que los distingue del resto de la población. Entran por cooptación familias e individuos dotados —por usar una vez más las palabras de Pierre Bordieu— de elevado capital económico y/o cultural, y/o social; de rentas elevadas, y/o de elevado nivel de educación y profesionalidad, y/o de una red de relaciones sociales con los más altos grados del poder. Es notorio el caso del rechazo de una gated community argentina a aceptar la candidatura del más famoso futbolista del país.
La cooptación en los diferentes círculos, clubes y asociaciones es, por lo demás, en todo el mundo occidental y hace tiempo, el procedimiento utilizado por las clases superiores para reconocerse y encontrar, directa o indirectamente, adhesión y complicidad. Un procedimiento articulado y complejo que confía en el proyecto educativo de los jóvenes en los rallyes, en la asistencia a determinadas escuelas, en la participación en las fiestas organizadas en los diversos círculos y clubes. Los grupos emergentes que habitan en las gated communities adaptan su propio estilo de vida, su propia renta y su propio estatus al de sus homólogos, ya vivan estos en los beaux quartiers de Nueva York, o en Los Ángeles o en París, o en otras gated communities distribuidas por el mundo. Los pobres, desocupados o que llevan a cabo los trabajos más humildes de manutención y limpieza de las casas, de los jardines, de las calles y de las piscinas del club, viven en favelas o en áreas situadas a menudo en el entorno inmediato de la gated community. La burguesía parisina de la Tercera República construía les chambres de bonne en las buhardillas.
No existen evaluaciones globales —y la cosa no debe extrañar— de los que viven en las gated communities. Edward Blakely y Mary Gail Snyder, en 1996, estimaban en cerca de 10 millones los ciudadanos estadounidenses que vivían en 20.000 gated communities. En 2001, Thomas Sánchez y Robert Lang, con una evaluación más ajustada, contabilizaban en casi siete millones las familias (cerca del 5,9% de las familias estadounidenses) que vivían en comunidades encerradas por muros y en otros cuatro millones las que vivían en comunidades con diversos tipos de control de acceso. En total, en 2001, al menos 16 millones de personas vivían en Estados Unidos, dentro de gated communities.
La gated community es la negación de la ciudad, pero se convierte, junto a las favelas y los barrios pobres que inevitablemente las acompañan, en representación espacial de las características de la nueva sociedad y de su política de distinción o, en otros términos, de inclusión/exclusión. Pero la gated community, como de forma más discreta el círculo, el club o los impenetrables beau quartiers y de manera más ambigua y adornada los numerosos eco-barrios europeos, es algo más: es un estado de suspensión del orden jurídico-institucional del Estado al que pertenece; es lugar de nuevas y específicas formas de gobernanza construida ad hoc y aceptada en un pacto de mutuo acuerdo por sus habitantes; es Estado dentro del Estado.
Los aspectos jurídico-institucionales de la gated community son tan importantes como los físico-espaciales.
Naturalmente, el mundo de las gated communities, y más en general de la ciudad de los ricos, es muy variado y su importancia y composición social cambia según la estructura social de los diversos países y de las diversas áreas metropolitanas en las cuales se inserta. Entre las gated communities argentinas y el barrio bobo o el barrio exclusivo parisino hay profundas diferencias que no pueden infravalorarse. Papel, extensión y dinámica de las clases medias son en todo caso variables importantes para determinar su estructura y desarrollo.
La gated community se convierte en representación espacial de las características de la nueva sociedad
Lo que resulta interesante observar en las diversas situaciones es, por ejemplo, cómo opera exactamente la política de distinción sobre las clases medias: una parte es absorbida e incluida dentro de los estratos más ricos y/o potentes de la sociedad, se apropia de un capital espacial específico y queda incluida en la gated community; otra, bastante más amplia, es gradualmente excluida y arrastrada hacia una progresiva pobreza. La ciudad y el territorio construidos por la ciudad de los ricos son cada vez más “distinguidos” y fragmentados.
La búsqueda paciente de muchos arquitectos y urbanistas durante todo el siglo XX ha intentado, sobre todo en Europa, hacer que las distancias en la calidad del espacio usado por cualquier grupo social, dentro y fuera de la propia vivienda, fuesen menores que las que había entre los respectivos niveles de renta y de poder. Pero en los últimos decenios del siglo XX, en un periodo de progresivo crecimiento numérico y de centralidad política de las clases medias y del desmantelamiento del Estado del bienestar, el espacio habitado por diversos grupos sociales se ha vuelto a separar y divergir en sus aspectos fundamentales, alimentando las políticas y los comportamientos generadores de exclusión.