Lamentamos el fallecimiento de nuestro socio de honor y buen amigo Luis Miquel Suarez-Inclán, al que en septiembre rendiremos un acto de homenaje. Desde el CDU queremos compartir estas palabras en su memoria:
Luis Miquel Suarez-Inclán murió en las primeras horas del pasado 28 de Julio.
Un raro humorismo elegante ha indicado, más de una vez que, en nuestro país, para poder escuchar algún elogio hay que morirse.
Los arquitectos son muy dados a presentar sus obras ante un auditorio que solo escucha virtudes del edificio: una batería de las buenas razones que Milizia exigía a toda arquitectura de verdadero valor. Tanto K. Marx como W. Benjamín insistían en que la verdadera crítica libre de una obra nunca debía escuchar a su autor hablando de ella. Lo consideraban ocioso. Cervantes iba más allá: en El Quijote repite que: la alabanza propia envilece. Por eso hoy -ya sin el elegante y discreto Luis Miquel- debemos recordar que:
Luis (Lucho) Miquel fue uno de los mejores arquitectos españoles del siglo XX. Tal verdad no suele oírse, por ejemplo, en la Universidad. Lo decimos porque fue autor de arquitecturas memorables y realizadas en equipo, como exige la Modernidad. Así, entre otras:
El Colegio Mayor San Juan Evangelista (con A. Viloria)
El Colegio Mayor Isabel de España (con A. Viloria)
Viviendas Sociales El Taray en el casco histórico de Segovia (con J. Aracil y Viloria)
El Edificio CENER en Navarra (con C.R. Larrea y D. Miquel)
Pero no solo en arquitectura: Lucho Miquel fue además y también imprescindible, para muchos de nosotros, en la Síntesis de Urbanismo, Planeamiento y Medio Ambiente. Sus artículos, conferencias y publicaciones gozan hoy de excelente salud crítica y Modernidad, al cabo de tantos años. Lucho Miquel fue asimismo un excelente director de equipos: en los Estudios de Arquitectura, en la Administración, en la Revista Arquitectura… Excelente, decimos, porque gozaba de una lucidez escasamente común, una capacidad crítica luminosa que proyectaba con firmeza, sentido del humor y gran agudeza. Todo ello, acompañado de una nobleza, generosidad y elegancia de espíritu, ciertamente raras en un director que ejerce como tal en nuestro mundo.
Lucho Miquel fue -desde su inicio profesional- bastante más que un arquitecto. Cuando en 1957 finalizó sus estudios de arquitectura en Madrid, viajó a Paris donde descubrió la “primera Modernidad de la Vanguardia: una arquitectura prohibida en la Escuela moyista, tramoyista, modernista y palurda del Madrid franquista.” Esa misma tensión de seca y limpia Modernidad industrial y antimodernista no le abandonaría en ningún momento de su larga vida de ochenta y siete años. Quizá es por ello que, en los últimos años, con la crisis, Miquel se haya convertido en un referente profesional de importancia para las últimas generaciones.
Aportemos como indicio un oportuno argumento. La mejor praxis en arquitectura antepone la rehabilitación de viviendas sociales anticuadas, al académico y dudoso patrimonio áulico monumental, tantas veces falseado. Miquel en tan necesario asunto fue también un revolucionario de la eficacia. Escuchemos sus propias científicas palabras para enmarcar y definir la política de su Departamento en el Ministerio:
-Antidesarrollista y antiespeculativa en la economía
-Vanguardista y avanzada en la tecnología
-Comprometida en la acción social y laboral
-Progresista en la acción política e institucional
Como acabamos de ver, Miquel en arquitectura fue un materialista, como los mejores filósofos cuando hacen filosofía, y los mejores poetas cuando hacen poesía. Por eso, a Lucho le gustaría recordar que las mejores películas del muy moderno Kubric fueron rodadas en Blanco y Negro. Recordemos una de ellas: Teléfono Rojo, volamos hacia Moscú. Aunque Lucho no lo supiera, afortunadamente para todos nosotros, tal y como señala Kubric en la cruda escena final: ¡…Volveremos a encontrarnos…!
Javier Alau, Antonio Miranda, Teresa Arenillas. (Agosto /2016)