A continuación compartimos con todos vosotros un texto introductorio al debate sobre demografía Pensiones: ¿nacemos pocos y morimos tarde?, preparado por nuestra socia y socióloga Concha Denche, que a su vez moderará dicho debate, el cuál tendrá lugar mañana día 30 de mayo en el Círculo de Bellas Artes.
Pese a la trascendencia de la Demografía, en el plano social y estratégico, cualquier información relacionada con la población presenta siempre unas características muy definidas: es escasa, difusa y alarmante, oscilando entre un descriptivismo críptico, (solo para iniciados) y unas conclusiones tautológicas. Así la demografía actúa como vehículo propagador del miedo: ya sea a la sobrepoblación del planeta o a la decadencia y pérdida poblacional y, por tanto, como augur de un futuro peor con políticas que debilitan los sistemas públicos de protección, el anuncio del fin del estado social de derechos. La falta de debate impide explorar en las razones críticas que subyacen en el comportamiento demográfico, es decir, el análisis de su impacto social. Y la modelización estadística no facilita sino interpretaciones, al amparo de cifras incontrovertibles, que muestran la inevitable reducción de los servicios públicos de protección y bienestar. Al fin, una justificación.
Pasado el temor a la bomba demográfica que expone la pervivencia del planeta por sobrepoblación en los países menos desarrollados, cuando todo parece ir indicando la estabilización poblacional, aparece la distopía al proceso de encogimiento social. Se destaca el fuerte envejecimiento por aumento de la esperanza de vida, (el envejecimiento como catástrofe) frente al decreciente número de nacimientos, una situación de gran longevidad, especialmente en el colectivo mujer, y una fertilidad decreciente. Exactamente una situación en la que nos venimos desenvolviendo desde hace más de 35 años, instalados en una dinámica por debajo del nivel de reemplazo (fecundidad).
Abrir el debate sobre el comportamiento demográfico conjuga varios planos de análisis. La perspectiva del impacto social del ciclo económico ha de ser uno de ellos. Así, pues, habrá que vincular fecundidad y natalidad a precariedad e inestabilidad laboral, factores especialmente dañosos en su afección para el colectivo mujer. Resulta igualmente necesaria la reflexión sobre la efectiva intensificación e incremento de la unidad de la explotación en el marco sociolaboral, a lo largo de los años. Si reparamos en la evolución decreciente del tamaño medio de los hogares, (2,53) frente a hace unos decenios, se observa en el tiempo la secuencia de una paradoja. Entonces, con una menor presencia de la mujer en el trabajo y una sola fuente de ingresos en el hogar, era posible mantener la unidad familiar con un mayor número de hijos, mientras que en la actualidad se produce un tránsito vertiginoso, ya que la incorporación laboral de la mujer procura dos vías de ingresos en el hogar pero cae el número de hijos y se retrasa el nacimiento a edades más tardías, por efecto, también, del retraso en la emancipación y formación de nuevos hogares.
La dualización, precariedad y eventualidad laboral tienen una correlación directa con la natalidad, siendo la temporalidad un lastre pesado especialmente para las mujeres en el marco laboral vigente. El empobrecimiento económico resultante de la crisis económica que nos ha arrasado, incrementa el riesgo de pobreza hasta el 60% y del 40% de pobreza severa, según previsiones de Eurostat. Un anuncio del crecimiento de la desigualdad. Así pues, debería vincularse la conciencia de la crisis con la imprescindible intervención estructural del Estado en la distribución de la renta, y ello a su vez, con ese marco segmentado, empobrecido, y de alta vulnerabilidad social. Es decir, reconsiderar el efecto de la crisis sobre la población.
El proceso migratorio que ha tenido lugar entre 1998-2008 es un fenómeno con diferentes alcances: ha compensado los déficits de nacimientos, ha provocado la concentración de población migrante en zonas periféricas o en zonas centrales degradadas y ha puesto de manifiesto la capacidad limitada de la inmigración para producir cambios estructurales en la población. Igualmente ha desembocado en un doble movimiento ya de regreso a sus países (por la crisis y el paro), ya de nacionalizaciones.
Y en tiempos de incertidumbre, la distopía es el temor al terror posible: un presente borroso y un futuro de viejos y sin jóvenes. Las pensiones aparecen amenazadas y el miedo cunde. Si bien el tema de las pensiones, más que una cuestión demográfica, es un problema de orden económico que dependerá de cómo se vaya a hacer la redistribución de la riqueza acumulada para mantener un nivel de vida adecuado para todos.
El análisis de la demografía desde la perspectiva territorial pone de relieve el carácter estructurante de la vivienda. En los años de la burbuja y los crecimientos urbanos excesivos, el despilfarro de recursos (consumo voraz de suelos y otros impactos ambientales severos) evidencia una doble perversidad: el desfase entre demanda de vivienda y dinámica poblacional, que ha dejado millones de viviendas desocupadas, sin solucionar el acceso a un alojamiento, y por tanto, el desajuste entre oferta y necesidad. Fijar la mirada en la dinámica de hogares, conlleva el necesario ejercicio de proceder a calcular los flujos de nuevos hogares en razón a la dinámica demográfica, es decir, atender la necesidad de nuevas viviendas, incluyendo la reutilización de los hogares disponibles (flujos de aparición y desaparición de hogares) así como vincular necesidades de vivienda y tipologías habitacionales a lo largo del ciclo vital.