Hace tan solo unos días, el pasado domingo 5 de mayo, se fue para siempre Ignacio Solana, viejo amigo. Al igual que lo hizo poco antes, no llega a dos meses, Luis Brau, al que despedía desde unas líneas semejantes a las que ahora me veo teniendo que escribir. Buena gente, ambos, urbanistas los dos, compañeros por separado de comunes trayectos que recorrí hace ya tiempo con cada uno de ellos.
Con Ignacio mi conocimiento, luego transformado en duradera amistad y también en Estudio y trabajos compartidos, se remonta a los años en que nos acompañamos en asambleas y clandestinidad en la formación y asentamiento del sindicato libre de estudiantes (SDEUM), desde el que hicimos frente a la represión franquista poco antes de que en Paris otros estudiantes- con de Gaulle presente- trataban de descubrir la playa bajo los adoquines.
Creo haber encontrado a lo largo de mi también larga vida pocas personas de la agudeza intelectual de Ignacio, con su acerado humor, caustico a veces pero siempre estimulante. Prudente en extremo y casi siempre en la sombra, un paso detrás para evitar cualquier protagonismo, pero enseñando mucho –incluso sin querer o sin saberlo- a quienes tuvimos la fortuna de estar cerca de él.
Tras el último tramo de recorrido común en nuestro quehacer profesional- en la Oficina Municipal del Plan General de los primeros ’80 (del pasado siglo)-, nuestros respectivos caminos se bifurcaron. La distancia se fue agrandando, pero nunca lo hizo el olvido, ni tampoco acabó nuestra amistad.
Ahora, cuando el declive del Urbanismo se muestra cada vez más visible, parece como si su ocaso tuviera que ir acompañado con la paulatina pero definitiva ausencia de quienes, hace ya tiempo, fueron muchos de sus protagonistas.
Adiós, Ignacio.