Opinión: Vuelve el urbanismo (afortunadamente)

Una version reducida de este artículo se publicó en la sección de Economía de la edición digital de El País. Se señalan en gris las modificaciones respecto de la versión allí publicada.

El Club de Debates Urbanos (CDU) presentó el pasado 27 de diciembre “Madrid (con las letras invertidas), Materia de debate”, un nuevo libro en el que participan mas de 100 autores (arquitectos, ingenieros, sociólogos, geógrafos, médicos, antropólogos, economistas, periodistas, activistas…) a modo de celebración de sus dos décadas de existencia, algo insólito para una asociación sin ánimo de lucro que se financia exclusivamente de la cuota de sus socios. Soledad Gallego-Díaz, que participó en la presentación, se felicitaba del retorno de los “miserables urbanistas”, como titulaba la tribuna de 2006 en la que acusaba al colectivo de haber desaparecido de la escena pública, añorando la época dorada de la disciplina, entre los 60 y los 80, cuando muchos concejales de urbanismo eran… urbanistas. 

No le faltaba parte de razón a Soledad. La mercantilización de la ciudad sin duda ha producido resultados miserables, y en el urbanismo no han abundado discursos alternativos. Pero en el fondo, el colectivo de urbanistas no es muy distinto del resto de los ciudadanos. El CDU surgió, como dice su manifiesto fundacional, para combatir el desánimo, generalizado en toda la sociedad, en el momento en que una generación, la de la sacrosanta Transición, muy activa políticamente, observaba su reemplazo en el poder por otra completamente despolitizada, y con la que en gran medida se mimetizó. Este tránsito a la hegemonía neoliberal conllevó la caída en desgracia del objetivo sobre el que opera el urbanismo: el del bien común. El CDU ha sido uno de los pocos, con peor o mejor fortuna, en alzar la voz para tratar de defenderlo. Un camino que ha recorrido en buena medida sólo y con pocos apoyos (con notables ausencias, como las de los colegios profesionales). Cuánto mejor nos habría ido si se hubiera hecho caso a éstas y otras escasas voces críticas. Nuestro territorio no estaría poblado de calles abandonadas de urbanizaciones que no se poblarán jamás, y tal vez conserváramos un sector inmobiliario, público y privado, que no estuviera subastado a fondos buitre.
Pero basta ya de lamentos. Hay motivos para el optimismo. Los “miserables urbanistas” han vuelto, y en muchos casos de la mano de los movimientos sociales, como señaló en la presentación Magda Bandera. Buena parte del libro del CDU se dedica al 15M, cuyo mayor logro quizás haya sido el de la alfabetización política de una nueva generación y el rearme anímico de las anteriores. Cabe la política, que no es eso a lo que se dedican muchos de los políticos profesionales. Al calor del 15M han surgido o se han reforzado experiencias en las que la ciudadanía, aliada con técnicos comprometidos, se implica en la gestión de lo común al margen de la completa tutela de las administraciones, como en el caso de Tabacalera, V de Begoña, la Red de Huertos Urbanos, o mas claramente aún, en el caso del Campo de Cebada. Aquí, los vecinos han colonizado el socavón en que se convirtió la parcela ocupada por la única piscina cubierta del distrito, que, por uno más de los planes megalómanos del Ayuntamiento, se demolió para, como en el caso del Estadio Vallehermoso, descubrir después que ya no quedaba dinero para construir nada. De esa pérdida, de ese vacío, nace una experiencia participativa, que llena de sentido ese espacio público: con muebles e instalaciones autoconstruidas con ayuda de colectivos de arquitectos (Zuloark, Basurama, Paisaje Transversal), con las clases al aire libre del Campus Cebada (en las que también participó el CDU), una universidad popular organizada el pasado julio, o con las fiestas populares alternativas a las del barrio, como detalla Carmen Lozano en el libro del CDU. En definitiva, ejercitando el derecho a la ciudad del que hablara Lefebvre y ha revitalizado entre otros David Harvey. Estas experiencias no deben entenderse como la panacea, son los primeros ensayos de una tendencia extendida por toda Europa (y potenciada desde las administraciones), y que probablemente acarreen errores frutos de la escasa trayectoria recorrida, pero esto no debe entenderse como una coartada para no seguir explorando este camino. De momento, los resultados en el Campo de Cebada son satisfactorios. Todo realizado con una exigua subvención municipal anual los dos primeros años («recortada» en el tercero), que ha conseguido que al atender eficaz y eficientemente las demandas vecinales se logre una legitimidad de ejercicio con la que no cuenta nuestro gobierno municipal, del que se percibe que se dedica a hacer cosas que nadie reclama y a ignorar las que sí. Dos ejemplos: las canastas y porterías y del Campo de Cebada son las únicas del barrio, y el huerto urbano que se ha plantado uno de los pocos espacios verdes de Centro, a pesar del suelo hormigonado del solar y de que el contrato de cesión del Ayuntamiento explícitamente recogía: «Queda expresamente prohibida la plantación de arbolado en el inmueble». Pero si debajo de los adoquines estaba la playa, con voluntad e imaginación, encima del asfalto pueden surgir brotes verdes; estos sí, de verdad. Que cunda el ejemplo.

Alvaro Ardura es urbanista, miembro de la Junta Directiva del CDU y socio de LIMES
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