ATLAS DE METROS DEL MUNDO_reseña del libro

Para su conocimiento, compartimos una pequeña reseña del libro Atlas de metros del mundo, que creemos que puede resultar de interés para los socios.

ATLAS DE METROS DEL MUNDO
Todas las líneas de metro del mundo

Autor: Mark Ovenden

Editado por: Capitán Swing y Nórdicalibros

Prólogo de Juan José Millás

Traducción de Iria Torres

Atlas de metros del mundo es la primera y única colección de mapas históricos y actuales de todos los sistemas de transporte suburbano existentes en la Tierra. A través de unas espléndidas imágenes y gráficos, Mark Ovenden traza la historia cartográfica de este medio de transporte, incluyendo mapas históricos, diagramas y fotografías, algunos de ellos accesibles por primera vez desde su publicación original.

La información que representan fielmente estos mapas es la que necesitamos para decidir nuestro camino por la red del metro: la información topológica.

La habilidad para sintetizar una red de rutas entrelazadas en algo que pueda seguirse con facilidad es lo que hace brillar a algunos grandes diseñadores y la causa de que algunas creaciones ostenten la categoría de iconos.

Este libro celebra la evolución del diseño de los planos de transporte desde su origen hasta 2016, al tiempo que reconoce que el futuro de este formato no está garantizado y se convierte en una biblia para el diseñador gráfico, en imprescindible para los entusiastas del transporte, y en esencial tanto para los amantes de los viajes como para el viajero de sillón.

Esta edición incluye un relato de Juan José Millás sobre el metro de Madrid, publicado en «El País» el 1 de marzo de 1993, que por su interés  transcribimos:

Cogí el metro en Canillejas, me senté y fui pasando las estaciones con expresión devota. Torre Arias, Suanzes, Ciudad Lineal, Pueblo Nuevo, Quintana, El Carmen, Ventas… Si entre túnel y túnel vas repitiendo el nombre de las estaciones con los ojos cerrados, la retahíla acaba transformándose en una oración. Por lo menos, eso es lo que le decía el tipo que iba a mi lado a un discípulo pálido.Los miré de reojo y vi que bajaban los párpados y comenzaban a susurrar: Diego de León, Núñez de Balboa, Rubén Darío, Alonso Martínez, Chueca… Cuando llegaban a ópera, empezaban otra vez por Canillejas, y la cosa sonaba como un salmo que te iba apartando de las miserias de este mundo. De súbito, abrieron los ojos y se quedaron mirando al vacío.

—¿Qué has visto? -preguntó el maestro.

—No sé, un rostro. San Juan Bosco, quizá.

—Cuando has abierto los ojos, no; cuando los tenías cerrados.

—¡Ah!, me parecía que iba en un tren que recorría la semana, cada día era una estación.

—¿Y qué pasaba?

—Nada. Bueno, sí: el lunes ni te lo cuento, pero en el martes estaba mi viejo con un chica joven. Cuando iba a entrar, se cerraban las puertas y mi viejo se quedaba mirándome con pena
mientras nos alejábamos en dirección al miércoles. Allí estaba mi vieja, que entraba y me preguntaba por papá. Cuando le decía que lo había visto en el martes se ponía a llorar, porque, por lo visto, no salen trenes para volver al martes hasta el domingo. No le conté lo de la chica, claro.

—Tonterías, no ves más que tonterías. Tienes que concentrarte más. A ver, vamos a repetir la letanía básica, empiezo yo: Begoña, Herrera Oria, Lavapiés.

—Esperanza, Valdeacederas, Tetuán.

—Cuzco, Cuatro Caminos, Opañel.

—Campamento, Guzmán el Bueno, Concepción.

—Bien, y ahora repítelo todo entero tú sólo en voz baja a mucha velocidad.

—¿Y qué es lo que tengo que ver?

—Arquetipos, imágenes telúricas, guerreros.

—O sea, El señor de los anillos.

—Para eso hemos bajado a las profundidades, porque para donde íbamos nos venía mejor el autobús.

El discípulo pálido se concentró y al rato tuvo que confesar que no conseguía ver otra cosa que no fueran los días de la semana.

—Si tuviéramos una papelina -se lamentó.

—Déjate de papelinas, eso está bien al principio, para expandir la conciencia, pero nosotros ya estamos expandidos.

—Pues no sé. El caso es que esta vez no he visto a mi viejo en el martes ni a mi vieja en el miércoles y ahora estoy preocupado. Así no puedo concentrarme.

—¿Has mirado en el jueves?

—En el jueves no ha parado esta vez el tren, no sé por qué. La estación estaba oscura y sucia, como deshabitada.

—A lo mejor era una estación de Berlín Oriental. Antes se veían así, tapiadas.

—Yo nunca he estado allí, así que no sé cómo eran.

—Eso no puedes asegurarlo; yo un día cogí el metro en Pirámides y salí en San Sulpicio, que está en París.

Cerré los ojos y recé entera la línea 4, que me gusta mucho. Entonces tuve a visión de los días de la semana y me pareció ver, en el domingo, al padre del muchacho pálido con una chica
joven, pero cuando abrí los ojos para decírselo habían desaparecido.

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