¡A quién le importa si el turismo ha alcanzado un record! El turismo es un sector marginal con bajo valor añadido en el sistema económico italiano: ¿sabe cuáles son los salarios promedio en el sector turístico? ¿Por qué seguir difundiendo este engaño de que el turismo debería traer riqueza? El turismo trae riqueza para unos pocos, trabajos miserables para algunos y la destrucción de ciudades históricas y entornos naturales.
Michele Boldrin[1]
Hoy la ciudad global es homogénea sin ser universal
Boris Groys
El turismo como sector comparte con otros subsistemas del mundo de la mercancía su carácter explosivo, desbordado y… de difícil control. En un libro recientemente publicado La Sociedad Autófaga, Ansel Jappe, teórico de la escuela alemana del valor, utiliza el mito griego de Erisictón, castigado por Deméter por derribar un bosque sagrado para construir su palacio, con un hambre insaciable, hasta el punto de consumir todos sus recursos y acabar devorándose a sí mismo, como analogía del capitalismo. Jappe hace notar que el hambre de este rey de Tesalia es un hambre abstracta que crece al comer y nada sacia, pero capaz de destruirlo todo. Una parábola del mundo de la mercancía y el valor que puede aplicarse tanto a la naturaleza como al turismo. Si en el primer caso la “víctima” es la naturaleza en el segundo es la ciudad. El turismo es un modelo productivo que explota la mercantilización de las ciudades (como ya advirtiera a finales de los sesenta el socialista libertario y urbanista Michel Bookchin) con una demanda, el viaje, que nunca parece agotarse como el hambre de Erisictón. Una economía del espectáculo (Debord) que supone la transfrmaciònen mercnacia de todos los deseos y necesidades.
Hace algo más de dos años el CDU organizó un debate sobre este mismo tema. Entonces empezaban a despuntar los problemas que en las ciudades producía la efervescencia turística en un medio radicalmente transformado por la aparición de nuevas formas y operadores, como Airbnb, una mirada que trastocaba pienso la benevolencia existente hasta entonces hacia el turismo urbano, que se presentaba como carente de los problemas derivados del turismo de sol y playa (entre otros la destrucción del paisaje y el impacto sobre los recursos naturales).
Como es conocido el turismo urbano ha sido (y sigue siendo) un valor fundamentalmente económico por el que han luchado las ciudades, incluidas las grandes metrópolis, como Madrid o Barcelona. El turismo como “ingreso” ha sido siempre un objeto de deseo y de fomento, hasta el punto que los denominados ayuntamientos del cambio siguieron – a pesar de los intentos de control- atrapados en dicho relato. El turismo siempre ha sido “nuestro petróleo” desde Fraga Iribarne hasta hoy.
De alguna forma el desbordamiento turístico (el sobreturismo como lo denomina la literatura especializada anglosajona) ha puesto de relieve los impactos negativos -deseconomías o externalidades negativas- hasta hace poco contempladas sólo por análisis minoritarios apabullados por el generalizado optimismo mercantil hacia el turismo. Y si esta nueva percepción crítica del turismo se ha abierto paso es no sólo por los problemas derivados del exceso de explotación de los destinos sino por la creciente (y novedosa) aparición en numerosas ciudades de movimientos sociales críticos con el impacto del turismo en sus ciudades (Barcelona, Roma, Dubrovnik, Praga…) porque si el problema de demasiados turistas un lugar específico (museo, barrio o ciudad) se conoce desde hace décadas solo ha llamado la atención de forma amplia en los años recientes.
Pero, como ocurre con el cambio climático hay que considerar los límites de la crítica al turismo. Para el mercado esta alarma tiene que ver con la preocupación de verse cumplir el destino de Erisictón, la destrucción de sus propios recursos y de ahí que (como en otros campos de la mercancía) haya una búsqueda angustiada de nuevos mercados, de nuevos lugares (en cierta medida el turismo urbano masivo, apoyado en el capitalismo de las plataformas ha sido la creación de un nuevo mercado) de forma que, como se refleja en la prensa, junto a artículos que hablan de casos canónicos de desbordamiento (como Venecia o Barcelona) el grueso de la información económica incide sobre el crecimiento y la competitividad entre destinos: su peso en el PIB, elincremento de viajeros, del gasto, etc. atentos por no decir alarmados ante cualquier síntoma de decaimiento o de “competencia” de –para más inri- países de muy inferior nivel de renta.Como ocurre con un sector con el que comparte comportamientos e impactos, el inmobiliario, cualquier “interrupción” en el crecimiento (de viajeros e ingresos en un caso, de producción y precios en el segundo) es considerado una catástrofe y suscita rápidamente demandas hacia los gobiernos para restaurar los patrones de crecimiento.
Un comportamiento esquizoide que se extiende a las administraciones locales que junto a las alarmas e intentos de control siguen fomentando el turismo (recuerdo la posición en el debate citado más arriba del representante del Ayuntamiento gobernado por Ahora Madrid), un turismo “bueno”, “sostenible” que, muchas veces se refiere simplemente al fomento de un turismo de elite o generador de un plus de ingresos cuando no de una especie de numerus clausus para ricos.
En el texto del reciente libro Paisaje y Turismo, M.A. Troitiño señala dos posiciones respecto al turismo, una que “presta atención casi exclusiva a su dimensión económica, sacralizando su carácter positivo y olvidándose de sus caras oscuras” y, por otro lado, “las posiciones críticas que ponen el acento en sus efectos negativos: elitización y expulsión de residentes, banalización patrimonial y paisajística, pérdida de identidad, simplificación funcional y empobrecimiento de la vida urbana.”
Estando de acuerdo básicamente en que la justificación “positiva” del turismo se basa en una visión “economicista” del turismo (que no económica) como describe Troitiño, creo que es importante –también- relatar las “oscuridades” específicamente socio-económicas –además de culturales) del turismo, dado que la “sacralización positiva” oculta impactos negativos, importantes, de forma que hasta los datos macroeconómicos (participación en el PIB, etc.) debieran ser puestos en entredicho.
Dejando al margen la ruina paisajística, cultural, ambiental, urbanística, ecológica y humana de los lugares receptores del turismo global algunos de estos “hechos económicos” oscuros enunciados de forma sintética serían:
a) En cuanto a la descripción de los beneficios que proporciona el sector, basada en modelos e índices contestados de forma creciente como la Contabilidad NACIONAL, el PIB o las Cuentas satélites del Turismo, lo menos que se puede decir es que no contabilizan externalidades negativas como la degradación ambiental, el colapso temporal de la accesibilidad, las desutilidades en el uso del espacio público, el impacto del transporte (co2), los elevados niveles de ruido, polución y generación de residuos, etc. que debieran recogerse como costes –entre otros- en la contabilidad del turismo, lo que haría quizás tener una mirada menos complaciente hacia el sector.
b) Por otra parte está el problema del impacto de la especialización de las economías nacionales regionales y/o urbanas en este sector que provocan una especial dependencia de este sector, volviendo extremadamente frágiles dichas economías ante determinados shocks al tiempo que induce una importante reordenación de recursos y de distribución del valor, con incentivos perversos de especialización económica y formación de rentas parásitas, como ocurre con la competencia por el uso del suelo y su impacto sobre los precios (renta del suelo) en espacios especialmente sensibles como el centro de las ciudades, que privilegia las actividades relacionadas con el turismo en detrimento de actividades de la economía productiva de bienes y servicios (economía real), fomentando su deslocalización o incluso el cierre.
c) Por otra parte esta presión de especialización se da además en un sector con unas características bastante perniciosas: baja productividad, bajos salarios y débil capacidad de arrastre hacia atrás y adelante en otros sectores económicos, de forma que es el sector que menor impacto inducido tiene en el empleo y el valor por unidad de inversión/gasto.
d) El mercado de trabajo en el sector turístico (alojamiento/restauración) un síntoma especialmente significativo de las características del sector: empleos de baja productividad y remuneración, precarios y feminizados (las kellys). El sector ostenta el record de salarios bajos y precariedad contractual.
e) La mercancía turística tiene efectos sociales negativos de expulsión de la población menos “competitiva” en el mercado del espacio (competitiva respecto a la renta no a su posición en la cadena de valor, como ocurre el alquiler de mercado, también son expulsados u obligados pagar una parte desorbitada de su salario jóvenes titulados de elevada capacidad) y a menudo crea otras disfuncionalidades en mercados de trabajo con especiales necesidades de proximidad (como los sanitarios).
f) El sobtreturismo lleva además a la destrucción de los tejidos y redes de welfare comunitario de determinados barrios: apoyo mutuo, proximidad, comercio tradicional de bienes perecederos, etc. lo que tiene efectos económicos poco estudiados incluso en el incremento de situaciones patológicas de dependencia generadoras de extra-costes para las familias y el Estado.
g) El deterioro y la pérdida (privatización de hecho) del espacio público remercantilizado al servicio del turismo (terrazas, zonas monofuncionales para la vida nocturna, etc.
Acerca de las políticas
Un cierto reconocimiento de los impactos negativos y especialmente el impacto del malestar de la población de ciertos barrios en cada vez más ciudades está llevando al diseño y aplicación de medidas de control del sobreturismo, en ocasiones orientadas a paliar determinados efectos negativos (caso del impacto de Airbnb en los alquileres) o incluso, como recientemente ha ocurrido en Holanda a la reorientación de la estrategia del organismo gubernamental responsable del turismo que ha anunciado la interrupción de la política de atracción y su transformación en una orientada a la gestión.
Sin embargo me temo que detener la furia de Erisictón-Turismo es complicado dentro de la lógica mercantil. A nivel nacional y a menudo regional e incluso a nivel municipal, todavía hay una promoción masiva del turismo, mientras que el crecimiento económico y los cambios tecnológicos (vuelos low-cost, Airbnb…) permiten que más personas viajen más. Probablemente, en ausencia de sucesos catastróficos, el mercado turístico continuará creciendo. En este sentido parece difícil contener la demanda de viaje de forma significativa. No se trata solo de un problema de gestión o de contención de flujos (Airbnb) sino de desmontar la economía política del turismo. Asunto nada fácil.
[1] Michele Boldrin es un economista de estricta afiliación (neo)liberal