El 4 de febrero ha muerto en Madrid el arquitecto Javier Seguí de la Riva; se nos ha ido de repente, víctima del coronavirus. Y un vacío clamoroso ha inundado las ahora vacías —vaciadas por ese virus homicida— aulas de la Escuela de Arquitectura.
En su larga docencia en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid formó a generaciones de arquitectos, mostrándoles —haciendo que ellos mismos fueran encontrando— un modo de dibujar, de pensar, de discutir, de leer; un modo de descubrirse a sí mismos en ese mundo de lo universitario que Seguí gustaba contraponer —por necesariamente complementario— con el de la realidad de la industria de la edificación.
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